Ridículo

La batallita teatral de Quim Torra con los lazos amarillos y demás banderolas, colgadas en los edificios públicos y apurando hasta el final los minutos para retirarlos, refleja el infantilismo y el ridículo en el que puede caer una administración que, en lugar de gestionar la cosa pública, se dedica a jugar a la rebeldía escénica. Su falta de rigor llega al extremo de anunciar, un día después de que los sufridos funcionarios de la Generalitat volvieran a cambiar las pancartas de plástico de los balcones del Palau, que asumirá toda la responsabilidad del juego. ¡Estaría bueno! ¿A quién piensa culpar esta vez? ¿O va a seguir, por esta tontada, la senda de su antecesor y se va a largar a Waterloo?

En un nuevo intento de engañar a la sociedad catalana alega el derecho a la libertad de expresión como argumento para no retirar los lazos. Cuando este símbolo se puede colocar en cualquier sitio menos en los edificios públicos. Al igual que no se podría colgar una foto de Meritxell Batet, Albert Rivera o de Cayetana Álvarez de Toledo (esta última mejor no, porque ofendería a propios y extraños).

En el mismo acto preelectoral, ha recordado a sus seguidores que hay que afrontar las sentencias judiciales del “procés” “con el espíritu de ir delante y de extender la mano”. Dicho así, cualquiera podría interpretar que es una mano tendida al diálogo para recuperar la convivencia. Pero no se engañen, quien habla es Torra y la mano, como la de Benito Mussolini tendida hacia el cielo, es para señalar “el camino recto hacia la República”. Para rematar, exhortó a los suyos a vencer (en las urnas, menos mal) a los del artículo 155, “para que no se vuelvan a levantar”.

No es de extrañar que, en una miniencuesta de un medio de comunicación, una abrumadora mayoría de catalanes considere que se ha perdido el “seny”. Parece que el dislate ha llegado mucho más lejos que ese tradicional valor de su clase política.

Y otro que da consejos, cuando debería estar callado, es Jordi Pujol (si, el molt honorable) que vuelve a aparecer en una acto público y se queja de que no ve a nadie haciendo propuestas que permitan “que la gente se siente”. ¡Que momento para recordar que la causa abierta contra el extraordinario enriquecimiento familiar lleva años “sentada” en los juzgados, permitiéndole disfrutar de una desahogada situación económica! 

La misma semana en que la Generalitat ha concedido a su hijo Oriol –su delfín político– el tercer grado penitenciario que le permitirá salir a la calle tras dos meses de cárcel. Conviene recordar que fue condenado a dos años y medio de reclusión por los delitos de tráfico de influencias, cohecho y falsedad mercantil en el escándalo de concesión de las ITV. Qué razón tenía aquel magistrado que proclamó que la cárcel es solo para los “robaperas”. Eso sí que es un símbolo de estatus y no los lazos.

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