¡Mamma mia!

La Champions nos dejó esta semana dos enfrentamientos que no son precisamente aptos para ser presenciados por gente infartada. Lo sucedido con el Barcelona primero y después con el Madrid fue brutal. El Barça demostró en Roma que cuando Messi no funciona, la responsabilidad y la aptitud de sus compañeros resulta nula. Posiblemente, el mayor pecado del club catalán es que viajó a Roma con la sensación de tener la eliminatoria ganada después del 4-1 de la ida. La humillación en la capital italiana fue gorda. Recuerdo el sorteo. La Roma era el bombón que todos querían. Y se lo llevó un Barça que subestimó a los italianos y se acabó indigestando en el Olímpico.
Nadie se creía lo que estaba sucediendo. Y menos los seguidores del conjunto culé. Los he visto como se comían las uñas, los dedos, las manos, se emocionaban, se mosqueaban, se tapaban los ojos, no querían ver la realidad. Una vez más, el Barça se quedaba en el camino. Se acababa la Champions. Se independizaba de Europa. Solo arreglaría este fracaso que el Madrid no lograra la Champions. Igual que un Messi del que no acabo de comprender su frialdad, su comportamiento tan extraño, su frustración, su impotencia. Estuvo desconectado, desaparecido, perdido. Y cuando el dios argentino no aparece, sus compañeros tampoco lo hacen. De ahí su fracaso y que merece una reflexión a fondo. Tan inesperado como sorprendente haber gastado 370 kilos para esto. Yo soñaba con una final en Kiev entre Barça y Madrid. Sería una locura.
Lo del Madrid ante la Juve no tiene nombre. El 0-3 de la ida era suficiente para que a los blancos no les diera el telele en el peor momento. Para llorar. Sin más. Sin peros. Sin excusas. Pero volvió el milagro. Volvió la flor de Zidane. De pena su partido ante la Juve que se resolvió al final con un polémico penalti transformado por Cristiano y que salvó a los madridistas de un fracaso histórico. Y no me olvido de Pep Guardiola quejándose al árbitro. Y ha perdido la eliminatoria por 5-1. Tiene tela. ¡Mamma mia!, que semana.