La idiosincrasia de Ramiro Villar

Tenía ochenta y pico años pero con un espíritu y corazón muy joven. Su humor era una de sus grandes señas de identidad. Recuerdo cuando lo veía en la bancada del Club del Mar, un lugar especialmente peculiar que nos podría contar infinidad de historias y donde todavía hoy algunos de sus colegas intentan arreglar los problemas de este país. 
Ramiro Villar, a quien cariñosamente se le apodaba “el gato” (hubo quien le llamaba Sean Connery por la percha que exhibía alardeando de su altura, cabellera rubia…), era todo un personaje, que unía con sus palabras el sarcasmo y la guasa. Era todo un referente en esta materia. Poseía una virtud surrealista para colocar etiquetas a quienes día a día compartían con él cada minuto de su vida tomando el sol en su rincón fetiche del Club. 
Allí salieron a relucir personajes de novela de ficción que solo a él se le podían ocurrir, tales como Viriato, el cremas, el vinagrillo, el juez, Arguiñano, Robert Redford, Tejero, tuberías, presidente, el chato (decía que tenía la cara muy atrás), tojino, Sdk (sudaka), ferrobello, el repugnante… Pese a ello, su gracia y sus ilustraciones no rompían nunca los límites de la sensatez e inteligencia. 
Siempre me he reído mucho a su lado a pesar de nuestra diferencia de edad. Llegados a este punto, me gustaría recordar, en esta triste hora, su enorme capacidad de ilusionarse, sus ganas de vivir, con muchas cosas que decir y muchos sueños por los que luchar. Flipabas con él. Te hacía fácil y placentera la convivencia. Alguien dijo que en esto de la muerte no hay distinciones. Es cierto. Todos tenemos que pasar por el aro. Y allá, en esa luz que dicen que se ve al final del túnel, donde están muchos de sus colegas que perreaban con él en el club, se debe estar muy bien, ya que nadie vuelve para contarlo. 
Ramiro nos enseñaba a luchar desde el único escalón al que el poder no llega: la comprensión, la tolerancia, la amistad y la cultura de su propio tiempo. A los que quedamos aquí, le debemos pleitesía y disfrutar de su legado. Ha sido un placer.

La idiosincrasia de Ramiro Villar

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