VISITAS REALES

Ajuzgar por la versión oficialista que del acto se hizo, da la impresión de que Felipe VI no tenía la conciencia muy tranquila en la visita a Barcelona con ocasión del trigésimo aniversario del primer Seat Ibiza fabricado en la planta de Martorell. Era su segundo desplazamiento oficial a la ciudad condal desde que fuera proclamado rey. Pero también allí iba a producirse su primer encuentro público con el presidente de la Generalidad, Artur Mas; esto es, con quien muy pocas semanas antes había dirigido el golpe independentista del 9-N.
Tal vez, como digo, por una cierta intranquilidad de conciencia política, se quiso vender la referencia de que, a pesar de todo, el rey había guardado las distancias; de que fue un encuentro frío, en el que no hubo gestos de complicidad ni de excesiva cordialidad. Todo un rosario de precisiones que sonaron a justificaciones exculpatorias.
Pero como una imagen vale más que mil palabras, la fotografía del rey Felipe al volante del vehículo con el que recorrió las calles interiores de la factoría llevando como copiloto a Mas, echó por tierra el empeño oficialista por rebajar el perfil de la visita.
Tal vez por sugerencia de altas instancias, en sus documentos gráficos la prensa madrileña los hizo llegar serios y como distantes. Pero nada que ver con la gran fotografía de la que echaron mano los periódicos catalanes, con los dos personajes, sonrientes y cercanos “conversando animadamente en una clima de afabilidad”. De “cordialidad institucional, confianza y respeto” hablaría alguno de ellos.
No es de extrañar que en determinados círculos se comentara la “hiriente insensibilidad” del rey haciendo de chófer de un Artur Mas “que tiene como pasión y profesión la humillación diaria de todos los españoles”. Desde luego, la escenografía debería haber sido –creo– de muy distinta manera. Y si Zarzuela hubiera querido, así se habría llevado a cabo. ¿Tal vez piensan en las políticas de apaciguamiento que tan malos resultados suelen dar?
En su primera estancia oficial en Cataluña ya adelantó Felipe VI que visitaría a menudo aquella comunidad. Es una plausible manera de incrementar la presencia allí del Estado. Pero así como al presidente del Gobierno se le ha exigido algún gesto especial de cercanía con la Cataluña no independentista, son muchos los que demandan lo mismo al jefe del Estado: que en sus agendas catalanas tenga algún día algún hueco público para esa ciudadanía que no comparte los separatismos de Mas y sus adláteres.
Discursos aun como el del jueves –de nuevo– en Barcelona no son suficientes. A los nacionalistas tales discursos por un oído les entran y por otro les salen. Si es que siquiera les llegan a entrar.

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