El valor de la imagen

Nunca mejor dicho aquello de que una imagen vale más que mil palabras. A aquellas primeras horas de la mañana los mercados estaban más que revueltos. En Asia, el único lugar donde las Bolsas estaban entonces abiertas, todo se vino abajo. La de Tokio se dejó un 5,4 por ciento. No cundió el pánico, pero las ventas dominaron la escena allí y en el resto de plazas asiáticas, anticipando una jornada negra en todo el mundo. El desconcierto y la incertidumbre se imponían a cualquier otra consideración.
La confirmación de la victoria de Trump en las presidenciales norteamericanas llegó justo a tiempo de la apertura de las Bolsas europeas. Y al principio, solo al principio, pareció que la jornada produciría grandes destrozos en las empresas cotizadas. Pero a media mañana llegó la calma.
Bastó la aparición pública del nuevo presidente electo para agradecer el triunfo electoral. Bastó su paso tranquilo y sereno camino de los micrófonos, acompañado por la familia, sin más gestos que un comedido aplauso de agradecimiento hacia sus seguidores y el puño a media asta en señal de victoria, sin expresiones excesivas de alegría por parte de nadie en el séquito, para que las cosas empezaran a cambiar. El valor, como digo, de la imagen.
Una primera imagen reforzada minutos después por su primer discurso. Los mercados apreciaron la ausencia de las bravuconadas de la campaña. Fue una intervención pragmática, conciliadora y positiva. Casi todo lo que se había movido hacia abajo o hacia arriba con fuerza comenzó a volver sobre sus pasos.
El miedo había desaparecido, de la mano también de analistas y bancos de inversión que se desdecían de anteriores augurios. El planeta financiero respiró más tranquilo y Wall Street lo celebró con un alza del 1,5 por ciento. Lo mismo sucedió en Europa, donde las Bolsas, a excepción de Madrid y Milán, terminaron la jornada en positivo.
Trump ganó contra todo pronóstico. Nunca antes el gremio periodístico al completo, tanto de la derecha como de la izquierda, se había volcado de un modo tan unánime contra un candidato a la Presidencia. Ni contra Bush hijo ni cuando en el comienzo de los ochenta Ronald Reagan fue presentado como un actor frívolo y peligroso.
Sin embargo, el que todo el mundo estuviese convencido de que era imposible que ocurriese, lo que también ha demostrado es que el mito del cuarto poder tiene los pies de barro. Trump –se ha escrito– encarna la prueba viviente de que en la era de las redes sociales y de la exuberancia de las nuevas tecnologías de la comunicación, los medios clásicos son un tigre de papel.
Los historiadores, en efecto, han observado que, sin la radio, Adolf Hitler no habría triunfado. Pero sin Twitter Trump no hubiera existido.

El valor de la imagen

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