Macron coge el timón europeísta

Hacía tiempo que la visita de un jefe de Estado no provocaba en la Eurocámara tanta expectación. Las acreditaciones extendidas para la prensa habían superado el récord de la visita del papa Francisco. Era el tercer gran discurso que dedicaba a desgranar su visión sobre el futuro de Europa, después de uno en la Sorbona y de otro pronunciado en la colina Pnyx de Atenas, ambos en septiembre del año pasado. Pero este era el primero en una institución política y de la relevancia del Parlamento Europeo.
El joven presidente de Francia, Emmanuel Macron, que va a hacer un año llegó al Elíseo después de una campaña electoral inusitadamente europea, se erigió el martes en Estrasburgo en adalid de un europeísmo en horas bajas. Frente a las voces que prefieren “la Europa del repliegue o de la rutina”, abogó por un “renacimiento”; por la construcción de “una reinventada soberanía europea” que contrarreste lo que llamó “los egoísmos nacionales”. Esto es, por más Europa.
Dentro de su habitual tendencia de Macron a la teatralización de la política, fue un discurso –se ha dicho- más de frases épicas y grandilocuentes que de propuestas concretas pensadas para impulsar el oxidado ideal comunitario. No es que decepcionara, pero supo a poco. Se esperaba más de la letra, aunque la música sonó bien. Y es que estando como estaba en vísperas de encontrarse en Berlín con el otro gran pilar europeo, mucho más allá no quiso o no pudo ir. Todo está entre ambos por negociar. La batalla, no obstante, por el futuro de la UE quedó abierta.
El contexto de partida no es fácil. El nuevo Gobierno alemán que preside la señora Mérkel ha enfriado las ambiciones macronitas para impulsar la figura de un ministro europeo de Finanzas con presupuesto propio, amén de esa especie de Fondo monetario al estilo del FMI. Ya se sabe que al contribuyente germano y a sus dirigentes no les gusta nada todo lo que huela a socializar deudas y financiar desgracias ajenas.
Por lo demás, el bréxit, la victorias de fuerzas nacionalistas en Italia y Hungría, la imprevisibilidad de los Estados Unidos de Trump y el autoritarismo de la Rusia de Putin, cuestionan el orden multilateral que tradicionalmente ha encarnado Europa y desafían la tradición de las democracias liberales.
Más cuestionado dentro que fuera, el primer gran reto de Macron se plantea, sin embargo, en su propia casa. Pasado un año de la fulgurante llegada el poder, su aura se desvanece. Sus reformas se están topando con el rechazo de importantes sectores sociales y sindicales, como ferrocarriles, líneas aéreas y Universidades. De cómo acaben estos pulsos y de cómo logre convencer de la bondad de los mismos a una reticente opinión pública, dependerá también para bien o para mal la fuerza de su liderazgo en Europa.

Macron coge el timón europeísta

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