Hija y heredera

Aunque ya están educados y mentalizados para ello desde su más tierna infancia, no han dejado de sorprender gratamente la desenvoltura de la princesa Leonor en la ceremonia de entrega e imposición del Collar del Toisón de Oro y la naturalidad con que supo compatibilizar en el solemne acto la doble condición de hija de quien le hacía llegar las insignias, su padre Felipe, y de heredera de la institución que éste como rey de España en aquel escenario del palacio real encarnaba.
Una superconocida revista “rosa” ha llevado a la portada de su último número este titular: “La princesa Leonor entra en la Historia y en los corazones”. No sé si esta afectiva segunda referencia habrá sido realidad o no. Pero cierto es que la chiquilla –lo digo así por sus cortos doce años– cayó bien y estuvo más que a la altura de las circunstancias: alegre, con sus expresivos bonitos ojos azules, aparentemente tranquila.
Y, sobre todo, atenta. Porque su padre y rey le estaba dejando todo un manual de instrucciones para la alta misión que su día le pueda corresponder; una lección magistral sobre el oficio de reinar y de las responsabilidades que conlleva: dignidad, ejemplaridad, honestidad, integridad, capacidad de renuncia y de sacrificio, espíritu de superación, humildad en la entrega sin reservas al servicio a España; respeto a los demás, a sus ideas y creencias; amor a la cultura, las artes y las ciencias, “pues ellas nos dan –subrayó con originalidad- la mejor dimensión humana para ser mejores y ayudar a progresar a la sociedad”.
Resulta difícil imaginar lo que desde su corta edad pensaría Leonor sobre las muchas exigencias, todas importantes y difíciles que se le vienen encima. Pero faltaba una última recomendación, no tanto de carácter personal cuanto de alcance institucional y, si se quiere, político: “Te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola”.
Si el emérito rey Juan Carlos pasará a la historia de España como el motor de un cambio que hizo posible el paso de la dictadura a un sistema de libertades, su hijo y sucesor Felipe VI, que acaba de cumplir los 50 años de edad y se acerca a los cuatro de reinado, va camino de hacerlo como el gran defensor de la Constitución y de la unidad de España.
Supo hacer frente al movimiento secesionista en Cataluña en el ya célebre “discurso de los seis minutos” del 3 de octubre pasado, después del referéndum ilegal de dos días antes. Y lo mismo ha sucedido en al menos otro par de graves momentos. Su doctrina al respecto no es que sea especialmente novedosa. Pero por él pronunciada desde la alta magistratura que ostenta, con la gravedad con que lo hace y con la insistencia en que se produce le va hacer, en efecto, merecedor de tal reconocimiento.

Hija y heredera

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