Ganan, pero pierden

Nunca debió hacerlo. Pero a partir de ahora, todavía menos. Después de las elecciones de ayer Artur Mas no podrá envolverse en la bandera catalana como si propia fuera ni autoatribuirse  la portavocía de la comunidad. Aunque ganadora, los sesenta y muy pocos escaños cosechados por la candidatura independentista suponen una notable pérdida de fuerza respecto a la representación que CiU y ERC tenían (71 diputados) en la legislatura pasada. Eso, por una parte.
Por otra, la ahora lista del Juntos por el Sí  (JPS) ha quedado por debajo de la mayoría absoluta y se ve obligada a recurrir a la ultraizquierda de la CUP para superar la ansiada barrera de los 68 parlamentarios. Aun así, juntos todos no llegarían al 50 por ciento de los votos emitidos. Sin esta mitad más uno parece del todo imposible impulsar la eventual secesión unilateral.  
La gestión de Artur Mas, que es en teoría la que en estas elecciones autonómicas se ventilaba, no ha podido ser más desastroso. La tónica imperante durante esta pasada legislatura ha sido la parálisis en la gestión debido al empecinamiento de Mas por que el llamado proceso soberanista monopolizase la vida pública.
El tal proceso lo ha bloqueado todo. La legislatura se ha cerrado con una comunidad en quiebra que ha llevado su deuda pública hasta casi un tercio de la riqueza regional  y que ofrece en los mercados unos bonos basura a nivel de los griegos. Una comunidad de la que en sólo en 2014 se han ido un millar de empresas; que se ha gastado su dinero en los fuegos artificiales de las “nuevas estructuras de Estado” y que ha vivido el día a día gracias a la financiación extraordinaria (50.000 millones de euros desde 2012) que le ha llegado desde el Gobierno central.
Tanto por los resultados obtenidos como por su desastroso balance de gobierno, como por la deslealtad constitucional que ha exhibido, hoy  Artur Mas está inhabilitado para continuar al frente de la Generalidad y deslegitimado para sentarse en cualquier mesa de negociación de cara a ese diálogo que desde múltiples frentes se reclama. Un diálogo que no será fácil a tenor de la fragmentación que han propiciado las urnas y desde las distintas posiciones de partida. En todo caso, el desgobierno y la tensión no pueden prolongarse por más tiempo.
Negociar, sí, pero ¿con quién, cómo y hacia dónde? ¿Negociar con quienes, como digo, han dado sobradas muestras de que para ellos la lealtad constitucional no existe? Dentro de la legalidad vigente existe poco margen de maniobra. Por mucha voluntad que se ponga, me da la impresión de que el callejón donde el nacionalismo catalán ha vuelto a meter a todo el país no tiene fácil salida.

Ganan, pero pierden

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