¿CÓMO EN FRANCIA?

Aunque no resultan muy esclarecedores, se está poniendo de moda el recurso  a modelos foráneos para explicar en qué consisten determinadas propuestas electorales. E Igual que se invoca a la BBC británica como referencia de lo que debe ser una televisión pública, se nos remite ahora a Dinamarca como espejo de sistema socioeconómico, una vez superado el modelo sueco. Y si se habla de desempleo juvenil,  la formación profesional dual de Alemania no tiene rival. 
Así mismo funciona muy bien la remisión a Francia cuando sale a colación la laicidad del Estado y de las instituciones públicas. Como, por otra parte, ésta viene siendo controversia recurrente en nuestro país  desde tiempo inmemorial  y como somos convocados a  las urnas de uno u otro nivel un día sí y otro también, no debería sorprender que ante las elecciones de diciembre el asunto  haya saltado ya a la palestra.
Lo ha hecho, como casi siempre, de la mano del PSOE,  quien a pesar de haber gobernado durante más de la mitad de los cuarenta años transcurridos desde la Transición para acá, no ha logrado imponerla o, al menos, no está satisfecho con lo conseguido.  Ahora se ha vuelto a reafirmar en ello. “Laicidad.  Como en Francia”, ha prometido  Pedro Sánchez con la vacua solemnidad que acostumbra.
Desconozco qué documentado pueda estar al respecto el secretario general socialista. Pero muy mucho me temo que siga anclado en el espíritu y en la ley que desde hace más de un siglo rige en aquel país las relaciones entre Iglesia y Estado, y no tanto en lo que desde un tiempo a esta parte allí se conoce como “laicidad positiva”. Una laicidad  que al mismo tiempo que vela por la libertad de pensar, de creer y de no creer, no considera que las religiones son un peligro, sino más bien una ventaja. 
Referencia inevitable en esta cuestión es el discurso que  ante Benedicto XVI pronunció el entonces presidente Sarkozy a finales de 2007 en la toma simbólica de posesión como “canónigo de honor” de la basílica romana de Letrán. “No se trata –dijo- de modificar los grandes equilibrios de la ley de 1905, sino de buscar el diálogo con las grandes religiones de Francia y de tender por principio a facilitar la vida cotidiana de las grandes corrientes espirituales, en vez de tratar de complicársela. El país sólo puede resultar beneficiado por un reconocimiento efectivo del papel de las corrientes religiosas en la vida pública y de su colaboración para iluminar los problemas éticos”.
Fácil resulta concluir que esta laicidad activa y positiva nada tiene que ver con el excluyente laicismo de confrontación que desde siempre ha animado a la izquierda española, con el Partido Socialista al frente. 

¿CÓMO EN FRANCIA?

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