Elecciones: ¿por fin?

Mil trescientos y pico candidatos se disputan el jueves los 135 escaños del Parlamento catalán. Será la duodécima vez que los mayores de edad de aquella comunidad ejerzan su anhelado derecho a decidir, que es lo que han venido haciendo desde 1980 y lo que en verdad significa toda llamada a las urnas.
Serán unas elecciones atípicas. Aun siendo autonómicas, han sido convocadas por el Gobierno central, en virtud, como se sabe, de la intervención propiciada por el  célebre 155.  Y van a celebrarse  en medio del impetuoso remolino político, judicial y mediático provocado por el desafío independentista y muy lejos, por tanto, de la relativa desapasionada reflexión que debería presidirlas.
Con todo, la gran anomalía vendrá dada por la participación en las mismas, casi sin solución de continuidad, de los propios golpistas, frescos y empeñados más si cabe en sus separatistas propósitos. No sé si en la historia electoral democrática del mundo mundial se habrá dado semejante aberración.
Iba a añadir que, a pesar de los pesares, estas elecciones están llamadas a por fin restituir en Cataluña la normalidad perdida y terminar con el cúmulo de despropósitos desplegados a lo largo de estos últimos meses. Pero no sólo no me atrevo a tanto, sino que muy mucho me temo que el panorama del día siguiente vaya a ser aún peor.
Hasta ahora, en las once anteriores convocatorias, en todas se  ha impuesto el nacionalismo en lo que a número de escaños se refiere,  que es lo que cuenta. Y el nacionalismo ha tenido en sus manos la presidencia de la institución autonómica en nueve legislaturas.
¿Cuál será el escenario el jueves por la noche cuando se cierren las urnas? No es fácil al día de hoy pronosticarlo porque  todo sigue abierto, con dos bloques casi simétricos, aunque muy sensibles  a trasvases interiores, y con no poca intención de voto oculta, cual corresponde a convocatorias en exceso polarizadas.
De todas formas, y de hacer caso a las aquí y allá fallonas encuestas, existen todavía centenares de miles de electores dispuestos a considerar que se les ha engañado por su bien. Es decir, que los golpistas bien pueden ganar. Para los considerados constitucionalistas la gran esperanza blanca de la jornada  es el incremento de la participación, que es donde éstos  gozarían de mayor recorrido.
Así pues, bien podríamos tener a Puigdemont presidiendo y dirigiendo los Consejos de gobierno  por videoconferencia desde el autoexilio. O desde la cárcel.  Un escenario que los expertos consideran viable, pero que sería el colmo del esperpento y, para el Gobierno, el mayor de los líos entre las posibles y siempre complicadas salidas a la crisis catalana.
Sea como fuere, quedaría otro nudo no menor por desatar: la formación del eventual nuevo Gobierno. Y es que nada ha roto la foto fija de los dos bloques que parecen abocar a Cataluña al bloqueo político.

Elecciones: ¿por fin?

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