El juicio

Después de haber escuchado la declaración ante el Supremo de los golpistas catalanes procesados,  más de uno se habrá preguntado cómo es posible que el presidente Sánchez se haya sentado a negociar con los altos representantes de tal sarta de maximalistas, fanáticos e iluminados, excepción alguna hecha, con los que de todo punto resulta imposible llegar a cualquier acuerdo.   

Ni un solo gesto de reconsideración o autocrítica a lo actuado; ni una sola matización a la peculiar concepción del Derecho político y constitucional que profesan; ni una sola sombra de culpa o responsabilidad, y un relato de hechos que sólo ellos vieron como en realidad no fueron. Un año largo de cárcel no los ha cambiado un ápice. 

La declaración del todavía presidente de Omnium Cultural, Jordi Cuixart,  ha sido tal vez la más representativa de la desfachatez desplegada. Hasta se le iluminaron los ojos cuando con gozo y satisfacción se vanagloriaba de haberse tratado del “mayor acto de desobediencia civil de Europa”. Como cuando saltando sobre los coches de la Guardia Civil animaba a la turba a cercar la Consejería de Economía.

¿Qué ha venido buscando, pues, en estos  últimos meses Pedro Sánchez en sus opacas conversaciones  con los golpistas sabiendo como sabía que no podía acceder a las pretensiones de éstos? Fundamentalmente, me parece, dos cosas. Una, labrarse la imagen del gran pacificador de la vieja  cuestión catalana. Y dos: ir dando largas para que con sus votos en Madrid lo mantuvieran en Moncloa el mayor tiempo posible. Muy lejos ambos objetivos de una sincera voluntad política de resolver el problema,  como alardeaba y sigue alardeando.

Lo grave es que con su tópica y falsa mano tendida y con las vanas esperanzas suscitadas lo que en realidad ha logrado ha sido  reafirmarlos en sus convicciones y propósitos. Las comparecencias en el Supremo lo han puesto blanco sobre negro.

A Mariano Rajoy el mundo político y en buena medida el mediático le cargó con el sambenito de   dejadez y  encogimiento de espíritu. Pero su rocosa declaración como testigo,  el miércoles, en el Supremo dejó  en evidencia justamente lo contrario: su firmeza  en no negociar lo innegociable; su defensa de la soberanía nacional que reside en el pueblo español; su voluntad de no levantar inútiles esperanzas. El tiempo le está dando la razón.

Esa es la gran diferencia entre el ex presidente y el actual inquilino de la Moncloa: mientras el primero le dijo desde el minuto uno a Artur Mas que no podía haber referéndum de autodeterminación ni tratamiento fiscal privilegiado, el segundo se sentó en Pedralbes a hablar “de todo” de igual a igual con los golpistas. 

Utilizando palabras del propio Rajoy, cabe concluir que si Sánchez se hubiera comportado de muy otra manera, hoy no reinaría el caos, el desgobierno, la parálisis  y el enfrentamiento ciudadano en que vive instalada aquella comunidad.

El juicio

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