Chile: ¿por qué?

De catastróficas para América latina ha calificado el escritor hispano peruano Mario Vargas Llosa las últimas semanas vividas en aquel subcontinente: retorno del peronismo en Argentina; fraude escandaloso en las elecciones bolivianas que ha terminado con el accidentado exilio del presidente Evo Morales; oleada de protestas de indígenas, estudiantes  y transportistas en Ecuador, y una violenta explosión social en Chile a raíz de una nueva subida de los billetes del metro. 

En un artículo periodístico, el Nóbel 2010 de literatura no entendía cómo se había podido producir habiendo sido Chile el único país latinoamericano que ha dado una batalla efectiva contra el subdesarrollo y crecido de manera asombrosa; que ha acabado con la pobreza extrema; que cuenta con unas mayores rentas per cápita de la región y  que goza de pleno empleo. Un país, en definitiva, que está más cerca del llamado primer mundo que del tercero.

¿Por qué, pues, semejante extensión, intensidad y duración de la violencia? Para algunos analistas, ha fallado la igualdad de oportunidades.  Chile esconde –subrayan- una enorme desigualdad. No existe todavía una educación pública de primer nivel, ni una sanidad pública que compita con la privada, ni unas pensiones que crezcan al ritmo deseable.  Atraviesa –añaden– una situación en la que conviven el triunfalismo del discurso económico y la decepción de quienes no ven los beneficios de un modelo que sobre todo en el exterior ha sido, a su juicio, sobrevalorado. El país ha crecido, sí, pero la aplicación de los principios económicos neoliberales de corte capitalista establecidos por la Constitución y asumidos también durante dos décadas y media por la izquierda gobernante, ha producido un profundo desequilibrio social. 

De ello parece ser consciente  el presidente  Sebastián Piñera. “No hemos sabido entender –ha dicho- el clamor subterráneo de una ciudadanía por lograr una sociedad más justa”. Así las cosas, ha acelerado la puesta en marcha de una serie de reformas, Constitución incluida; en el fondo, una reconsideración del propio modelo económico vigente.

A pesar de todo, las protestas no cesan. De momento, han costado la salida del Ejército a las calles, una veintena de muertos, centenares de heridos, miles de detenidos, saqueos a supermercados y comercios, millones en pérdidas económicas y altísimos niveles de violencia. 

En quince minutos, de forma coordinada,  fueron completamente destruidas por las llamas siete estaciones del metro en el primer día de graves disturbios (18 de octubre). Y en sólo horas después, de las 136 instalaciones del subterráneo 118 resultaron dañadas y de éstas, 25 incendiadas.   ¿Tal violencia sostenida y simultánea puede considerarse como  algo espontáneo y casual? Se lo han preguntado muchos. 

Parece evidente que detrás de todo ello hay también grupos criminales  organizados, que, como tantas veces sucede, acaban por inmiscuirse y apoderarse de movilizaciones ciudadanas que nada tienen que ver con los propósitos de incontrolados, profesionales de la guerrilla urbana al servicio de otras causas.

Chile: ¿por qué?

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