UNA BUENA DECISIÓN

No sé si Feijóo habrá optado por lo mejor para él. Pero, desde luego, sí se ha decidido por lo mejor para el partido. Así habrá dado cumplimiento a la mitad al menos de la sugerencia que Mariano Rajoy le había hecho llegar: que tomara una buena determinación en ambos sentidos. 
En las elecciones de otoño, el hoy titular del PPdeG y de la Xunta se presentará, pues, como candidato a la presidencia del Gobierno autonómico. Una decisión que ha tranquilizado al electorado popular, al partido a nivel nacional, al propio Rajoy y creo que en buena medida también a la opinión pública apartidaria, que ve en él un buen gestor, un digno representante de la comunidad y un líder acreditado. 
Será la tercera vez consecutiva que aspire a ello.  No lo tendrá fácil, habida cuenta de esa sinrazón en virtud de la cual al Partido Popular la práctica política le exige no sólo ganar, sino hacerlo por mayoría absoluta si es que quiere gobernar y no sólo consolarse con el mejor resultado en las urnas. 
Aún es muy pronto para especular con encuestas. Pero tal como están hoy las cosas, si alguien dentro del PPdeG ofrece visos de poder mantener el Gobierno autonómico es él. Tras sus dos legislaturas al frente de la Xunta, Feijóo puede ofrecer un balance de gestión más que favorable, especialmente en los ámbitos económico y social. Y habrá que recordar que, aun habiendo apoyado siempre a Rajoy, ha sabido también distanciarse de exigencias o recomendaciones de recortes que llegaban de Moncloa en materia educativa, sanitaria e institucional. 
Enfrente podría encontrarse con una izquierda y unos nacionalismos que a duras penas habrán salido de sus respectivas crisis y procesos internos. Hoy por hoy, en el PSdeG no se ve el más mínimo entusiasmo por tomar las riendas del partido tras la dimisión de Besteiro. El nacionalismo clásico se debate entre mantener su identidad o buscar confluencias en busca del voto útil. Mareas y aledaños ofrecen bien rostros pasados rosca, bien un desastroso balance de gestión allí donde gobiernan. Y de los llamados emergentes, Ciudadanos prácticamente no existe y Podemos está inmerso en la crisis de cohesión que padecen otros colegas regionales.
Con todo, la era de la fragmentación parlamentaria que se vive no hará fácil la mayoría absoluta que Feijoo precisaría. Como tampoco lo hará esa cierta tendencia por parte del cuerpo electoral a votar sin sopesar demasiado las consecuencias del voto emitido. O si se quiere: sin tener en cuenta que encauzar ya la gobernabilidad desde las urnas siempre será mejor  que encomendar a los partidos que a su modo y manera lo resuelvan después. Es lo que está sucediendo a escala nacional. La experiencia del 20-D debería servir de escarmiento.No sé si Feijóo habrá optado por lo mejor para él. Pero, desde luego, sí se ha decidido por lo mejor para el partido. Así habrá dado cumplimiento a la mitad al menos de la sugerencia que Mariano Rajoy le había hecho llegar: que tomara una buena determinación en ambos sentidos. 
En las elecciones de otoño, el hoy titular del PPdeG y de la Xunta se presentará, pues, como candidato a la presidencia del Gobierno autonómico. Una decisión que ha tranquilizado al electorado popular, al partido a nivel nacional, al propio Rajoy y creo que en buena medida también a la opinión pública apartidaria, que ve en él un buen gestor, un digno representante de la comunidad y un líder acreditado. 
Será la tercera vez consecutiva que aspire a ello.  No lo tendrá fácil, habida cuenta de esa sinrazón en virtud de la cual al Partido Popular la práctica política le exige no sólo ganar, sino hacerlo por mayoría absoluta si es que quiere gobernar y no sólo consolarse con el mejor resultado en las urnas. 
Aún es muy pronto para especular con encuestas. Pero tal como están hoy las cosas, si alguien dentro del PPdeG ofrece visos de poder mantener el Gobierno autonómico es él. Tras sus dos legislaturas al frente de la Xunta, Feijóo puede ofrecer un balance de gestión más que favorable, especialmente en los ámbitos económico y social. Y habrá que recordar que, aun habiendo apoyado siempre a Rajoy, ha sabido también distanciarse de exigencias o recomendaciones de recortes que llegaban de Moncloa en materia educativa, sanitaria e institucional. 
Enfrente podría encontrarse con una izquierda y unos nacionalismos que a duras penas habrán salido de sus respectivas crisis y procesos internos. Hoy por hoy, en el PSdeG no se ve el más mínimo entusiasmo por tomar las riendas del partido tras la dimisión de Besteiro. El nacionalismo clásico se debate entre mantener su identidad o buscar confluencias en busca del voto útil. Mareas y aledaños ofrecen bien rostros pasados rosca, bien un desastroso balance de gestión allí donde gobiernan. Y de los llamados emergentes, Ciudadanos prácticamente no existe y Podemos está inmerso en la crisis de cohesión que padecen otros colegas regionales.
Con todo, la era de la fragmentación parlamentaria que se vive no hará fácil la mayoría absoluta que Feijoo precisaría. Como tampoco lo hará esa cierta tendencia por parte del cuerpo electoral a votar sin sopesar demasiado las consecuencias del voto emitido. O si se quiere: sin tener en cuenta que encauzar ya la gobernabilidad desde las urnas siempre será mejor  que encomendar a los partidos que a su modo y manera lo resuelvan después. Es lo que está sucediendo a escala nacional. La experiencia del 20-D debería servir de escarmiento.

UNA BUENA DECISIÓN

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