Un alcalde potencialmente peligroso

Xulio Ferreiro está engañando a los coruñeses. En dos años se ha destapado como un maestro en el noble arte de no hacer nada. El problema es que cualquier marinero con dos millas de experiencia sabe que la deriva acaba, antes o después, con el barco encallado contra las rocas y la consiguiente zozobra.
El panorama es de risa o de llanto. Mientras cualquier alcalde de cualquier lugar del mundo suspira por que las empresas, las administraciones y las industrias inviertan en su territorio, el de A Coruña, rebelde y okupa, se tapa los oídos y se divierte poniéndole la zancadilla a quienes apuestan por la ciudad. Ni centros de salud, ni nuevas infraestructuras, ni licencias para construir, ni permisos para abrir negocios, ni avances en movilidad, ni plan de transportes… Ni nada.
Podría parecer que la inacción es el menor de los males. Tampoco hace daño a nadie, ahí, quietecito, entretenido con sus dillos ti, con sus portas abertas y sus agujas de marear. ¡Pero ojo!  Xulio Ferreiro le hace daño a la ciudad. Incluso por omisión. La pasarela peatonal de Alfonso Molina es la última prueba. La ha retirado porque suponía un riesgo para la seguridad pero sin dar ninguna explicación y por supuesto ninguna alternativa.
En las tierras de la gente sensata, el que no sabe, pregunta. Y el que pregunta, escucha la respuesta. Pero todo eso entra dentro de ese terreno inexplorado para los mareantes que es la sensatez. El sentidiño. Metieron la pata con Mi Casita. Convirtieron una oportunidad de colocar A Coruña en la vanguardia de la acción social en poco menos que un barrio amotinado.
Ahora corren por el viaducto, de nuevo dándoles la espalda a los interesados: no escuchan a los vecinos, no escuchan a la comunidad escolar del Fernando Wirtz, no escuchan a los peatones.  Hacen propuestas malabares de poner un semáforo jugando con las vidas ajenas. Ya sabemos que aciertan cuando rectifican, pero los errores en materia de seguridad vial se pagan muy caros. 
Pocas bromas con estos asuntos. La ciudad puede soportar con paciencia franciscana los pecados de su alcalde, al menos los veniales, pero los titubeos, cuando se camina por el fino alambre de la seguridad de las personas, pueden resultar fatales. La máxima de que prevenir es mejor que lamentar es una gran verdad que trasciende de colores políticos y simpatías. Es el primer mandamiento: sentido común.
 

Un alcalde potencialmente peligroso

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