El timo del bilingüismo

Max, el hijo de una pareja londinense amiga, afincada desde hace más de veinte años en España, empezó un día a hablar raro en casa, donde se usa, como es natural, la lengua de Shakespeare, que Max domina como el español del que se vale en la escuela, en la calle, con sus amigos... La madre, alarmada por la deriva fonética, le preguntó qué le pasaba, por qué hablaba así, y la criatura le dijo que estaba preparando el examen de inglés, y que si no practicaba en hablarlo fatal y pronunciarlo peor, la profesora le suspendería, tal y como ya le había advertido por su contumacia en hablar bien el inglés.
Max es bilingüe, pero su colegio, que ostenta ese ambicioso título, no. Ni ese, ni la mayoría de los que suponen que basta nombrar una cosa para crearla, es decir, que es suficiente decir que se es bilingüe, ¡o trilingüe!, para serlo. Otra amiga, propietaria de una academia de idiomas en la que su marido, también londinense, ejerce de profesor, sabe bien los conocimientos que del inglés tienen la mayoría de los profesores de esos colegios públicos bilingües, que acuden en masa a la academia para pillar alguno y salir del paso ante sus alumnos. A estos, se les da gato por liebre, y al futuro, otra generación de españoles negados para los idiomas. España carece, por la impericia y la desidia de sus gobernantes de una buena o siquiera pasable educación, que, además de ser pilar de la cultura, es lo que de verdad iguala a las personas y las coloca en la misma línea de salida.

El timo del bilingüismo

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