La alcaldesa de Móstoles

Andrés Torrejón, el alcalde de Móstoles que firmó en mayo de 1808 con Simón Hernández, el otro alcalde de la localidad, el célebre bando que excitaba a la resistencia contra el aliado francés tornado en invasor, murió de inanición, como tantos otros madrileños, en la terrible hambruna de 1812. Su sucesora actual en el cargo, Noelia Posse, imbuida tal vez de una inconsciente y mágica memoria de aquello, parece decidida a que ninguno de sus parientes, amigos y allegados no solo no perezcan de hambre, sino a que no sientan jamás e el triste hormigueo de la gusa.

Ya está tardando mucho el PSOE madrileño, o Pedro Sánchez mismo, en decretar la expulsión de esa ciudadana de las filas socialistas, por mucho que eso no conlleve automáticamente su cese o su destitución como alcaldesa, pues el acta, como la compulsión por colocar a todo bicho viviente afecto, es suya. Como se sabe, Noelia Posse no parece atesorar entre sus cualidades la del decoro político, cual se ha encargado de demostrar hasta en seis ocasiones colocando a dedo y promocionando irregularmente en “su” Ayuntamiento a toda suerte de familiares y amigos, agraciados por su mano con unos sueldazos de vértigo para los tiempos que corren.

El nepotismo, el enchufismo y el amiguismo, extendidas prácticas que explican el secular atraso de España en tantos órdenes, hace más daño a la izquierda que las consiente en su seno que todas las escisiones y todos los cainismos juntos. Si de algo puede presumir la izquierda es de su insobornable adhesión a los principios de la decencia política y de la libre e igualitaria concurrencia por méritos a los cargos públicos, pero para presumir de eso se necesita que sea verdad. Casi nada hoy necesita ser verdad, pero eso sí, siempre, en todos los casos, a menos que se quiera seguir alimentando, cebando, la defección y el asco de la ciudadanía hacia la política.

A lo mejor la tal Noelia Posse es una bellísima persona, cual seguramente consideran sus parientes y amigos beneficiados, pero, sin duda, una autoridad pública impresentable. De hambre y sed, como su remoto antecesor en el cargo, no perecerá, como tampoco la patulea de enchufados que va dejando, pero como alcaldesa, como política, la hora postrera le ha llegado ya. A falta, eso sí, de que su partido le enseñe su reloj parado.

La alcaldesa de Móstoles

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