La desaparición de Diana

Todos los días desaparecen varias personas en España, unas de grado y otras a la fuerza. Las primeras suelen reaparecer como desaparecieron, voluntariamente, pero a las segundas rara vez se las encuentra, pues su localización exige un esfuerzo de investigación que la falta de recursos y la débil voluntad política hacen difícil. Sin embargo; también hay, desaparecidos de primera, de segunda y de tercera, y solo los primeros reciben la adecuada atención institucional. Es el caso de la desaparición de la infortunada Diana Quer, que junto a esa atención, que no reciben la mayoría de los desaparecidos, recibe también una atención mediática en la que prevalece el fantasioso folletín sobre el drama del propio suceso.
De tratamientos periodísticos infames relativos a la desaparición de muchachas, fenómeno que a menudo deviene en una modalidad de feminicidio, sabemos algo: aún repugna a la memoria lo visto y oído en relación a las niñas de Alcásser. Cuanto de digno y apasionante tiene el género periodístico de sucesos lo pierde en manos de quienes lo usan no para informar, ni para ayudar en las pesquisas, ni para suscitar en el público el análisis y la reflexión, sino para alimentar el morbo o para deslizar repugnantes moralejas.
Diríase, oyendo y leyendo algunas de esas cosas, que la joven es, más que víctima, culpable de la suerte que haya podido correr. Sin duda que su corta biografía, sus relaciones familiares, sus aficiones y hasta su extracción social interesan para tratar de dilucidar el misterio, pero no tanto como para extraer la conclusión de que quien mal anda, mal acaba, pese a que se está hablando de una muchacha que merece una vida segura en libertad.

La desaparición de Diana

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