De Huerta a Lopetegui

Los náufragos del “Aquarius” nos han traído, aun antes de arribar a Valencia, un bello obsequio, el de sentirnos orgullosos de nuestro país, que si carece de una buena escuadra de guerra, no de buenos puertos para acoger a los fugitivos de la esclavitud y del hambre. Ojalá este chute de solidaridad sirviera para querernos y apreciarnos más, esto es, para refundar nuestra patria y nuestras personas sobre bases más afectivas y más sólidas.
Viene esto a cuento porque simultáneos a la rara unanimidad en socorrer al “Aquarius”, esas criaturas y ese barco que no quería nadie, se han producido algunos casos de escandalosa falta de amor propio, esa clase de amor que alimenta a todas las demás. De Lopetegui a Maxim Huerta puede trazarse esa línea de defección, de desafección, que el refranero expresa con gracia inocente, infantil: “Mucho te quiero perrito, pero pan poquito”.
No se le ha pillado ahora, pero ahora se ha sabido que el ya exministro de Cultura y Deportes (mens sana in corpore sano) defraudó a Hacienda, mediante la modalidad de eludir impuestos a través de una empresa inventada, la bonita cantidad de unos 40 millones de pesetas. El conspicuo tuitero, moralista y aleccionador como todo tuitero, ocupaba ahora un cargo donde no solo la moral y la ejemplaridad son requisitos indispensables, sino desde el que se debe estar en condiciones de transmitir la necesidad de cumplir con los demás como el primero.
Ahora bien; si de incumplimientos hablamos, de falta de amor propio y hacia el resto, ahí tenemos, más chulo que un ocho, a Julen Lopetegui, el seleccionador español que ha dejado colgado al equipo nacional un día antes del comienzo del Mundial, y todo por una oferta dineraria, la del todopoderoso Real Madrid, al parecer irrechazable... para Lopetegui. Al “lo, lo, lo, lo” del incantable himno se suma la grosera defección del mediocre ex-guardameta y solo cabe esperar que el amor propio que se necesita para la vida nos venga a lo último de otro sitio, de los jugadores sin ir más lejos.
Menos mal que el “Aquarius”, su desventurado pasaje y su emérita tripulación, nos trae un regalo no sé hasta qué punto merecido, el de sentirnos dignos y orgullosos de nuestro país.  

 

 

De Huerta a Lopetegui

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