El complot de la luz

Diríase que las eléctricas y el Gobierno pretenden regresarnos a los tiempos oscuros. Oscuros y fríos. Siglo y medio después de que la electricidad empezara a entrar en las casas, amenaza con salir porque no hay manera de pagarla. Cuanto nos hace civilizados en lo material de la vida ordinaria, la luz, el calor, la refrigeración, la higiene, los electrodomésticos, está pasando a ser de uso y disfrute exclusivo de unos pocos.
Hay una cosa que se llama “precio político”, que, aplicado a los bienes de primera necesidad, permite a las personas gozar de ellos al margen de su capacidad económica. Hay, o, mejor dicho, había, pues no se entiende que al bien que satisface necesidades tan básicas como cocinar, asearse, lavar la ropa, calentarse, iluminar, no se le aplique de urgencia ese “precio político” , en tanto se mete en vereda a la industria que ha maquinado este complot: o paga usted lo que a mí me de la gana, o se alumbra con velas y se muere de frío.
Entre impuestos, peajes, conceptos misteriosos y otras mangancias, da igual la electricidad que el usuario consuma, pues solo un pequeño porcentaje de lo que se paga corresponde a la energía que utiliza. Con ello, se enriquecen las eléctricas y el Estado se lleva su mordida, por no hablar de la puertas giratorias o, más bien, de las puertas francas entre aquellas y este. Con ello se empobrecen los ciudadanos en lo material por el sablazo que les pegan, y en lo moral por la impotencia para remediarlo. Cuando casi lo único que tenemos en España es sol y viento en cantidades industriales, se nos dice que la luz se dispara porque está nublado y no sopla viento ninguno. No se han estrujado mucho los sesos para urdir el complot.

El complot de la luz

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