El caos y los jueces

nstruidos para combatir el caos, los jueces parecen últimamente impelidos a sumarse a él. Hace unas semanas en Cataluña, luego en Madrid y ahora en Alcázar de San Juan y Campo de Criptana, han tenido que anular las disposiciones que los poderes locales habían establecido en sus territorios para luchar contra el recrudecimiento de la pandemia, y ello porque, al parecer, esas disposiciones restringían unos derechos fundamentales que ni las comunidades ni los ayuntamientos pueden restringir, sino sólo el Gobierno, decretando el estado de alarma. 
Que los jueces velen por el uso y el disfrute de los derechos fundamentales es lo suyo, pero convendría saber qué se entiende por derechos fundamentales en tiempos de caos. Puesto que, ciñéndose a la Ley, esos jueces han anulado la orden de cierre temprano de los bares y del llamado “ocio nocturno”, así como la que obliga a usar mascarilla todo el rato o a abstenerse de fumar en la calle sin la distancia adecuada, ¿hay que interpretar que esos derechos, el de tomarse una copa cuando uno quiera y donde quiera, el de ir por ahí desperdigando por nariz y boca gotitas sospechosas, o el de fumarse un pito echando el humo y quién sabe qué más al de al lado, son superiores al derecho a la preservación de la salud y la vida de los demás?
Cuando colisionan dos derechos, se busca que prevalezca el más “fundamental”, el más importante. El de la libertad de expresión, por ejemplo, suele salir incólume de esos choques, pues se trata, en efecto, de un derecho básico entre los básicos, laminado el cual no hay democracia ni, desde luego, libertad. Sólo al caos que nos envuelve puede atribuirse entonces que el derecho a tomarse una caña o a pasar de la molesta pero imprescindible mascarilla en Alcázar de San Juan prevalezca, por un quítame allá lo que salga en el BOE, sobre el derecho de los demás a circular tranquilamente, o, cuando menos, todo lo tranquilamente que se puede en medio de éste caos.
Porque este caos, producto de la incompetencia, la imprevisión y la dejadez de las diferentes administraciones, de casi todas, de la perfidia de los insolidarios y los energúmenos, y del deterioro que la pandemia está produciendo en nuestras vidas íntimas y de relación, necesitaría jueces, leyes, legisladores y gobiernos que impidieran su descontrolada expansión, tan descontrolada como la de los propios contagios, desde la más sólida cohesión institucional, la única cosa que puede infundir hoy alguna esperanza y alguna fortaleza a la sociedad. 

El caos y los jueces

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