Se acabó la diversión

Salvo para los diputados, que se han tomado como extra de las vacaciones de Navidad todo el mes de enero, se acabó la diversión. Llegó el comandante, esto es, la realidad, y mandó parar. ¿Y cómo no parar ante un año en cuyo cartel se anuncian semejantes protagonistas: Trump, Putin, Erdogan?
Salvo para los diputados y para bastantes funcionarios de algunas comunidades se acabó la diversión. El poco de diversión que se ha tenido, también es verdad. Porque entre el frío, los incendios y los asesinatos de mujeres, por no hablar de las matanzas de Alepo, Estambul o Bagdad, ni de los fugitivos del hambre que se estrellan contra las concertinas de nuestras vallas, diversión, poca. Tampoco han ayudado mucho a la diversión las cosas de poco momento, pero de inquietante fundamento, de la vida ordinaria en las fechas agónicas del año que murió: las comidas de empresa, las cenas familiares, los petardos, el alcoholazo como único combustible para la alegría, las interminables vacaciones escolares y la televisión. Ay, la televisión, que ni siquiera programó en esas fechas, contraviniendo la tradición, “¡Qué bello es vivir!”
Se acabó la poca diversión que se daba. La Pedroche con su estrellado maillot de trapecista es de lo poco que ha suscitado alguna entre los que se complacen en debatir sobre el particular. Para los demás, para aquellos a los que no les ponen los debates, sean éstos pedrochescos o podemitas, diversión poca. Pero poca y todo, se acabó. Trump, Putin, Erdogan. Llegó el comandante, la realidad que se avecina, y mandó parar.

Se acabó la diversión

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