21-D

Si lo que se pretende con la celebración en Barcelona del Consejo de Ministros del día 21 es justificar y escenificar la ruptura, por incompatibilidad manifiesta, del Gobierno con los secesionistas que tanto contribuyeron a hacerlo posible, mejor sería justificarla y escenificarla en otro sitio, a fin de ahorrarle al país los disgustos que generará en las calles de la capital catalana, l evento gubernativo, pues no se necesita una bola cristal para prever los sabotajes, los palos y los tumultos que esmaltarán, entenebrecerán más bien, ese día.

Ahora bien; si lo que se pretende, en el caso de que el Gobierno se olvidara de sus intereses partidarios preelectorales y quisiera hacer pedagogía democrática, es afirmar la soberanía del pueblo español sobre la integridad de su territorio mediante la libre reunión de su Gobierno en cualquier parte de él, entonces habrá que afrontar serenamente, inteligentemente, las consecuencias de eso que la disparatada alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha calificado de ir “sin pedir permiso” a los catalanes, quedándose acto seguido más ancha que larga.

Afrontar serenamente, inteligentemente, las consecuencias significa, en primer lugar, preverlas y, en lo posible, desactivarlas. Esto es, garantizarse la lealtad de los Mossos no ya al Gobierno de la nación, sino a su deber de servicio a la ciudadanía en el mantenimiento de la seguridad y el orden.

Simultáneamente, emplazar a los servicios de inteligencia del Estado, si es que a este le queda alguna inteligencia, a que averigüen de dónde pueden venir los golpes para estar en condiciones de amortiguarlos, pero, antes y por encima de todo, lo que se necesita es olvidar que alguna vez existió Zoido y su demencial operativo de estacazos y piolines, o, si se recuerda, hacer lo contrario, es decir, hacerlo bien, con pericia, proporcionalidad, respeto a las personas, sensatez y firmeza.

Ya que el Gobierno va a la ciudad que en tantos aspectos comparte con Madrid la capitalidad de España (así debería entenderlo cualquier gobierno), no vaya como a territorio extraño y hostil, sino con la naturalidad que el sentirse en el país propio requiere. Sólo eso ya desactivaría un poco a los fundamentalistas de Torra, si bien para lograr y transmitir esa naturalidad se necesitaría un artificio de tal altura política e intelectual que no sé yo si rebasa la de un Sánchez que mide tanto como tan poco.

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