Syd Barret y tú

¿Cuántas veces pasaste por el mismo sitio, haciendo los mismos planes? Esperando que el tiempo y tú fueseis la misma cosa, caminaseis al mismo ritmo. ¿Cuántas veces ha llovido? ¿Cuántos días ha hecho sol? El tiempo que dejaste está lleno de nubes y de soles. Temes que lo que venga será lo mismo. “Así que crees que puedes distinguir el infierno del paraíso, el cielo azul del dolor”. Sí, pero hay cosas duras como dar el pésame a unos hijos jóvenes por la muerte de su padre. ¿Sabes distinguir? ¿De dónde vino esa mano silenciosa, esa mano invisible y rápida? Tuviste el secreto demasiado pronto, “lloraste por la luna” que creíste que estabas pisando.
Está lloviendo, “recoger la ropa a la luz de la luna de los tendederos”, solo oír el sonido y las gotas  agarrándose a los bordes de la ventana para dejar paso a la siguiente. Allí estaba la tierra lejos mientras pisabas la luna. Yo había llegado antes que Amstrong, la luna estaba aquí. Llueve tanto que solo hay agujeros negros en el cielo; agujeros que impiden recordar.
“Sigue brillando diamante loco, sigue brillando, te pilló el fuego cruzado”. Ya no hay otro día, el diluvio se repite intentando borrar los recuerdos hasta los más próximos. Hago esfuerzos y solo me resguardo de la lluvia. Estamos como sumergidos en el fondo del mar, sordos, y nos cuesta abrir los ojos. “Tan pronto oscureció, Emily lloró”; vamos a seguir intentándolo. No sé a quién le dirijo estas palabras; quizás a los abrazos o a los juegos.
“Flota en un río para siempre, no hay otro día”. Estamos sumergidos en el agua, sordos, y nos pican los ojos. Las calles tienen un hueco, un agujero de bala, las calles guardan ausencia. Estás pisando la arena y con esta lluvia las huellas se borran. El agua está más viva que nunca. En los días de lluvia los ojos se quieren cerrar, cansados. Tenemos los oídos tapados.  
Anda, vámonos para casa, déjate de jugar, despierta. Desde que el médico nos engañó con la inyección, ¿te acuerdas? Nos la puso mientras nos hablaba de otra cosa y nos dijo: “ya está, qué valiente eres”. Y nos quedamos con nuestro dolor y nuestro llanto que es sólo nuestro. Hasta que nos contamos el secreto entre nosotros. “Sólo se trata de buscar un antídoto”, nos dijimos. Y en eso estamos.

Syd Barret y tú

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