UN CUENTO DE VERANO

“No hay raíces para el hombre, todo descansa apenas sobre un temblor de lluvia” (Neruda. Madrid 1936). La historia del Chino Valente siempre me la he imaginado de noche, incluso cuando me la estaban relatando, como en las películas fronterizas de Orson Wells; “Sed de mal” siempre transcurre de noche y entre la niebla. Caminaba el Chino Valente aquella noche apenas sobre un “temblor de lluvia”, podrían ser las nueve treinta de la noche cuando entró en el hotel decidido a obtener premio y descansar. Quiero una habitación ¿cuánto vale? Treinta pesos, le contestó Elías apenas sin levantar la vista, con la rutina de  los días. Elías tenía la tranquilidad de tener su casa arreglada y un trabajo todos los días, así como la paciencia que da la vida cuando está acostumbrada a esperar. Eran sus brazos columnas; no estaban hechos para cuidar flores sino para soportar la noche. El Chino hacía tintinear las llaves, utilizándolas de sonajero; entonces, tuvo otra exigencia hacia Elías: ¿Quiero una vieja? Elías levantó la vista y con la lentitud del eco le espetó: Aquí no se consiguen viejas. Pues, cuando el Chino Valente quiere una vieja es que quiere una vieja.
Elías, para cortar la conversación, que ya se hacía larga, ironizó: Pues como no quiera la mía. El Chino no esperó ni un segundo. También me vale.
Era de esos hombres a los que el mundo no les enseñó a dudar. Elías dejó el bolígrafo y el tono paciente, salió lentamente y sin mediar palabra descargó su pierna de ternera sobre la cara de Valente, anunciando así su próxima profesión. La sangre del Chino quedó esparcida por el limpio vestíbulo de entrada y él desmayado. Con paciencia Elías lo subió a su hombro, recorrió el vestíbulo, despacio, atravesó la puerta y con un gesto despreocupado, como quien está acostumbrado a andar con carne, lo arrojó a la calle.
En silencio recogió el dinero de la habitación y se lo metió en los bolsillos; ni siquiera le cobró su indiscreción. No había nadie, nadie vio nada, todo quedó entre los dos. Nunca más supieron nada el uno del otro, ni se conocían ni nunca se conocieron. El Chino entendía el sexo como una forma de acabar el día y poder conciliar el sueño. Años más tarde alguien vio a Elías entrar y salir de una carnicería de Manhattan; a lo mejor fue el Chino Valente quien le dio la idea, nunca se sabe.

UN CUENTO DE VERANO

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