POR TODOS LOS MEDIOS

Cuándo se resigna uno a dejar de buscar a un ser querido que ha desaparecido. Cuándo se acaba el duelo y se sigue adelante con la vida. Con la ausencia como una más en la rutina, metida en la cartera entre las tarjetas de crédito, en las costuras del sillón o apoyada en el tarro de las galletas. Cuándo te despides del hijo, del hermano, del esposo, del amigo atrapado en la tumba de agua que es a veces el mar.
La idea de que un escuadrón que se dedica al rescate abandone a sus compañeros parece imposible. Que no se deje el alma en recuperar sus cuerpos no tiene sentido –órdenes son órdenes–­. Tampoco que no se recurra a medios ajenos cuando los que hay son insuficientes. Que por aquellos que dan su vida por otros no se haga todo lo que se pueda hacer y más. La respuesta al anuncio de que no se va a intentar solo puede ser la denuncia pública. A voz en grito, si es necesario.
La familia de Daniel Pena clama por que se lo devuelvan. Y que devuelvan a Carmen Ortega, Sebastián Ruiz y Carlos Caramanzana a las familias que también esperan. Desesperan. La exigencia –no es ruego, es reclamación porque es de justicia– se extiende por los medios de comunicación y las redes sociales. Despertando conciencias y devolviendo el habla a los que llevaban demasiados días callados. El Ministerio de Defensa rompe su silencio, sospechosamente parecido a la indiferencia, para jurar que el Ejército del Aire ha contactado con empresas especializadas en rescate subacuático. Que estudia la posible extracción del helicóptero accidentado y que tres naves sobrevuelan la zona a diario en busca de los restos.
Ha sido necesaria la carta de una madre rota para que se produzca una reacción en los que no deberían poder conciliar el sueño sabiendo que los cuatro militares siguen desaparecidos. Parece por momentos que el plan es dejar pasar las semanas hacia esos tres meses en los que un certificado de defunción y una medalla que se siente como un insulto ponen fin al caso. No hay excusas para dejar de buscar. Cuándo se resigna uno. Nunca. Cuándo debería decidir el Gobierno que terminan las labores de rescate. Cuando no quede la más mínima opción de conseguirlo. No antes. Porque las vidas que se han perdido no le pertenecen. Esas vidas son de los que las echarán de menos cada día. La familia y los amigos de Dani, Carmen, Sebastián y Carlos. Los que sufren una herida que está abierta. No es de las que se cierran. Pero poder decir adiós ayuda a que escueza un poco menos.

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