CHAMPÁN DE SALDO

Será porque llegamos a las noticias sobre la corrupción galaica con la imagen de mafia de sombrero fedora y chaleco que lo de aquí nos avergüenza más por cutre que por ilegal. Acostumbrados a esos pactos de celuloide, con reuniones clandestinas, conversaciones en clave y gratificaciones millonarias, la idea de que alguien se pueda haber vendido por una caja de bombones nos parece de lo más triste.
Ya de pequeños aprendimos el valor de las contrapartidas. Un beso a regañadientes a la tía Lola nos aseguraba una bolsa de chuches. A partir de ahí, todo lo que no fuese mejorar exponencialmente no merecía la pena. Que hay que darse a valer. Y una vez regalado es muy difícil recuperar el estatus; ya se sabe que lo que sale barato se valora menos. Parece mentira que a los que viven de su imagen pública se les haya podido olvidar. Presuntamente.
Unas botellas de champán, unas noches de hotel o un reloj de marca se antojan una recompensa muy insuficiente por el riesgo –lo del deshonor sospechamos que ni siquiera entraba en la ecuación– de acabar siendo el éxito del día del dj del juzgado. Ese que se encarga de amenizar las sesiones con los pinchazos telefónicos a los investigados. Puestos a lanzarse al fango, qué menos que un acuerdo que te arregle la jubilación o la universidad de tu hijos. Muy perjudicada debe de estar la profesión política –no solo en lo que a la opinión pública se refiere– si al final resulta cierto que se conforman con migajas.
Solo por eso quiero pensar que lo que la gran mayoría disfrutó o devolvió –o no llegó a recibir– era cortesía y no pago por un servicio. Los buenos deseos navideños no están reñidos con las tramas corruptas. Así sigo esperando, y no soy la única, que aparezcan obsequios más sustanciosos y sobres bien llenos a poco que se continúe rascando. No puede ser que los tipos que, todo apunta, controlan a cuanta administración se les pone a tiro, los villanos más poderosos que muchos podemos recordar, no tuviesen un poco más de clase a la hora de atender a sus amigos bien posicionados. No hay que perder las formas, por más podrido que se esté.
Para que la historia acabe convertida en guion, como la de toda trama que se precie, son imprescindibles unas cuantas mariscadas, alguna fiesta en la que los litros de alcohol solo sean comparables a los quilates de las joyas de las invitadas y varios coches de lujo. Ya están tardando en salir en el sumario.

CHAMPÁN DE SALDO

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