TWITTER LO CARGA EL DIABLO

Las polémicas declaraciones en Twitter de Guillermo Zapata y Pablo Soto, ahora concejales en el Ayuntamiento de Madrid, o todo el revuelo que han causado las fotografías de Ainhoa Aznárez, nueva presidenta del Parlamento navarro, han abierto nuevos debates en las redes sociales y en la propia calle sobre cuáles son los límites de la libertad de expresión, cuáles deben ser las consecuencias de nuestras palabras o dónde está el límite hasta el que podemos hurgar en el pasado de las personas que ahora ocupan cargos públicos buscando desacreditarlas.
Estas tres personas tienen en común que hace poco más de un año ninguno de ellas se imaginaba ni de lejos que podría llegar a donde lo han hecho. La política se ha bajado de los altares en dónde hasta hace poco estaba y ahora el más común de los mortales puede llegar a ostentar un cargo de responsabilidad. Esto tiene sus cosas buenas y malas, como todo en esta vida. En lo positivo cabe destacar sobre todo la invalidación de ese discurso tan manido de que la democracia en España no existía y que todo estaba en manos de los partidos que colocaban a sus elegidos a dedo sin permitir una verdadera representación de los ciudadanos.
Pero, claro, el caso es que ahora nos rasgamos las vestiduras porque descubrimos que aquellos que nos representan al final no son santos bajados del cielo, sino que son personas que cometen errores, como todos. Que pueden hacer chistes que no vienen a cuento, que hacen declaraciones salidas de tono y que se acaban haciendo fotos en medio de fiestas más o menos salvajes. Nada en el fondo que no hayamos hecho nosotros en algún momento de nuestra vida.
Y es que más allá del debate acerca de si los chistes de Zapata se merecen su destitución, si los comentarios de Soto demuestran un mal carácter o si las fotos de Aznarez avergüenzan a todos aquellos a los que ahora representa, deberíamos centrarnos más en saber cuáles van a ser sus propuestas de gobierno, cuáles las medidas que piensan tomar y qué es lo que van a hacer ahora que tienen un cargo de responsabilidad.
Porque todo lo demás, al final, no deja de ser un cotilleo sobre la vida privada de personas que ahora han decidido dar un paso al frente en la política. Remover el pasado no sirve para avanzar. Y esto vale tanto para la izquierda, como para la derecha, como para los que se dicen transversales.

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