Héroes y villanos

Qué bien le vino al país que España quedara eliminada del Mundial el día antes de la entronización de Felipe VI. Así, los telediarios nos ahorraron una buena dosis de depresión, de imágenes de desaliento, de jugadores entristecidos mostrando su impotencia sobre el césped de Maracaná y de aficionados con el rostro descompuesto, la mirada perdida y los ojos vidriosos cual bebedores compulsivos de vodka.
Como siempre sucede aquí, pasamos de la euforia al hundimiento moral sin solución de conituidad. Los que hasta el martes eran unos fenómenos se convierten en mercenarios y el príncipe pasa de ser una especie de delicado jarrón a ser la esperanza de un futuro mejor.
Hasta la archicriticada Letizia, por obra y gracia de haberse convertido en reina, se convierte en un dechado de elegancia. La misma que antes se le negaba. Y sus gestos, analizados hasta una saciedad que raya en lo enfermizo, son los de tierna madre y amantísima esposa, cuando antes mostraban el mal momento por el que pasaba su matrimonio con el que desde ahora es rey.
Desde ayer ha subido a los altares y miles de tertulianos de media baba destacan como acierto lo que antes eran errores.
Ya puestos, en esta ceremonia de la lisonja desmedida, hasta Urkullu y Mas cumplieron a la perfección con su papel de malos de la película y su gesto de no aplaudir el discurso se convirtió en la mejor demostración de que cada superproducción almibarada tiene su particular villano.
Eso en la coronación, porque en lo futbolístico, las culpas se reparten a partes iguales, y, como cada uno de nosotros es un Del Bosque en potencia, nos acordamos de los ausentes y pronosticamos el fin prematuro de la carrera profesional de aquellos a quienes les juramos fidelidad y amor eterno tras conseguir la estrella que luce el escudo de la selección.
España es así. Pero el paso de héroe a villano ni tan siquiera está relacionado con el éxito profesional. Que se lo pregunten a Nadal, mil veces aniquilado, o a Fernando Alonso, simpático mientras su carrera apuntaba hacia el triunfo.
Por haber, seguro que hasta hay algún nacionalista indignado por el hecho de que Felipe VI se acordara de Castelao en sus discurso, como si solo ellos estuvieran autorizados a mentar su nombre.

Héroes y villanos

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