Políticos con prejuicios

Cuando estaba en edad escolar, creí que los extranjeros que venían de vacaciones a España eran todos millonarios, porque conducían su propio automóvil. Luego, cuando la diferencia de renta per cápita fue disminuyendo, con más años y habiendo viajado a Europa, caí en la cuenta de que aquellos “millonarios” de mi infancia eran fontaneros, empleados de banca, trabajadores especializados o actuarios de seguros. Como aquí. 
La mayoría de los políticos que rigen los ayuntamientos actuales son mucho más jóvenes que yo, pero dadas las disposiciones que ponen en marcha, y su aversión a los aparcamientos públicos, túneles y otras cuestiones, tengo la impresión que, de manera inconsciente o subconsciente, albergan el prejuicio de que las personas que circulan con su automóvil son personas de gran poder adquisitivo, que salen a pasear para contaminar la atmósfera de las urbes. 
Asimismo, me parece intuir que un ciudadano que se traslada en su automóvil no les parece que sea persona que puedan votar a la izquierda, como si para ser de izquierdas fuera obligatorio trasladarse en bicicleta, usar el autobús, pertenecer al colectivo de gays y lesbianas, no poseer ninguna creencia religiosa y, de tener hijos, pedirles a los Reyes Magos un camión para la niña y una muñeca para el niño. Vivo en una ciudad donde se han gastado millones en construir carriles para bicicletas. Pueden pasar tres horas sin que circule una bicicleta. Eso quiere decir que hay miles de automovilistas que han votado a la izquierda. Pero los beneficiarios de esos votos no lo saben, y observan a los automovilistas con la mirada que yo tenía en la infancia. Y no me extraña, porque son bastante infantiles. 

Políticos con prejuicios

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