POLÍTICA Y TECNOLOGÍA

Si el ferrocarril cambió el siglo XIX, y la aviación el siglo XX, los satélites y la era digital han transformado el siglo XXI, y han logrado algo que parecía más difícil que suprimir a la tuna: se acabó la pegada de carteles en la campaña electoral. El cartel pertenece al analógico siglo pasado, y ahora produce cierto asombro. Te encuentras a un candidato en un cartel, y los jóvenes piensan que es el anuncio de algún perfume o una información de la policía sobre algún sospechoso.
Es cierto que se siguen celebrando mítines, que es algo así como trasladarse andando de un lugar para otro, cuando existen autopistas y automóviles, pero el mitin no es una reunión para hacer llegar el mensaje a los dubitativos, sino un acto de reafirmación colectiva para numerarios y conversos. ¿Cuántas personas caben en una plaza de toros? De 3.000 a 10.000. Eso lo suma un blog un poco pinturero, y hay tipos que tienen muchos más seguidores en su facebook. Pero el mitin viene a ser como un emporramiento en grupo, donde la marihuana se sustituye por las palabras ardientes y, sobre todo, por los deseos. Es la forofada henchida de fervor con su delantero centro, que mete continuamente goles al contrincante en su discurso, debido que no hay portero. El mitin pervivirá, porque es la liturgia tradicional que certifica que “somos de los nuestros”. Sin embargo, el decaimiento del cartel viene a certificar ese lento e imparable declive de las artes gráficas, esa decadencia de las maneras de comunicar, hasta hace poco convencionales.
En la calle donde vivía de niño había un muro al que llegaba un tipo con una escalera, un cubo de engrudo y un montón de carteles enrollados, y colocaba los anuncios de las películas que se estrenban. Allí vi por primera vez el rostro de Romy Schneider, con corona imperial, y el de Gary Cooper, son su sombrero puesto, hablando con Grace Kelly, en “Sólo ante el peligro”. No he sentido más emoción cuando llegó la televisión en blanco y negro, porque aquello era audiovisual, si añadías el sonido de la brocha resbalando sobre el papel. Ampliaron la calle y el muro desapareció. Lo que no me imaginaba es que iba a presenciar la agonía del cartel. Y que sería desterrado como elemento en las campañas electorales. Está claro que es otro tiempo. Me he dado cuenta: no soy un niño.

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