Póker descubierto

Quien ha jugado al póker sabe que la modalidad más puñetera es la del póker descubierto, donde cuatro cartas quedan a la vista de los otros jugadores y solo una permanece oculta, la que solo conoce cada uno de los contendientes. A primera vista, pudiera parecer que es más sencillo adivinar lo que tiene el contrincante con las cartas descubiertas. Aparentemente, porque las mayores sorpresas, las más profundas meteduras de pata se producen con esa única carta oculta.
Los líderes políticos están metidos en una partida de póker descubierto, donde las cartas a la vista son el número de escaños que ha conseguido cada uno. La carta oculta puede ser un acuerdo, una negativa de farol, una invitación para ganar tiempo un amago de despiste, o una declaración de principios marxistas, facción Groucho, “estos son mis principios, pero si no le gustan, le puedo enseñar otros”.
El póker descubierto se ha instalado en nuestro territorio como si formara parte de la negociación. Los jugadores miran las cartas que están a la vista para calcular cuáles son las que faltan. Y como hay expectación salen a hacer declaraciones a los periodistas, que los periodistas saben que no se las hacen a sus lectores, sino a los otros miembros de la partida. Sin embargo, en las partidas se divierten más los jugadores que los espectadores. La media docena de participantes se lo deben estar pasando muy bien, pero los millones de ciudadanos que aguardamos el resultado estamos cansados de palabrería. Mientras ellos están entretenidos, nos vamos enterando de la dentellada al fondo de pensiones o de que los aeropuertos dependen de las autonomías, un disparate al que habría que añadir que las golondrinas tengan carnet autonómico para saber qué veterinario les podrá atender.

Póker descubierto

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