La perversa incoherencia

Una vez estuve hablando con una mujer, cuyo marido había muerto en un atentado de ETA. Habían pasado varios años y ella hablaba con serenidad, e incluso atisbé algún comentario irónico sobre el exceso de autocompasión. Parecía recuperada tras la tragedia. Ella creía que en alguna foto estaba yo junto a su marido, y sacó una caja de cartón. De pronto, apareció una cartulina de ella y su marido, con otros amigos, el día de su boda. Y se rompió. La pena contenida con disimulo, abatió las barreras, como las aguas del embalse rompen los muros que la contienen.
Estamos rodeados de huérfanos y viudas que viven con su desconsuelo a cuestas. Y hay una teoría que en principio suena neutra: miremos al futuro. Dejémonos de atormentarnos y construyamos una sociedad mejor para nuestros hijos. Pero luego resulta que estos mismos tan entusiastas en mirar hacia adelante y envolver en cenizas de olvido a las víctimas y sus muertos están también entusiasmados en remover las tumbas de algunas víctimas de la guerra civil. Digo algunas, porque solo se refieren a los desmanes atroces de uno de los bandos, porque aplican la piedad al que creen suyo, bajo la mostrenca premisa de que un asesino de izquierdas es un justiciero y un asesino de derechas es un cabrón.
Zapatero no conoció a su abuelo. Yo he hablado con muchas personas que asesinó ETA, y conozco a más de una viuda y a más de un padre que se laceran con el recuerdo y rompen a llorar. Esta asimetría pérfida es la consecuencia de una degradación sectaria que produce espelunca. Aplicar el olvido a las víctimas que están con nosotros y remover el recuerdo sobre los crímenes de un solo bando de una guerra es de una malicia terrible, que no intenta ninguna reconciliación y mirar al futuro, sino remover los odios del pasado para que España vuelva a quedar dividida en dos bandos, y que cultiven tanto rencor que lleguen a aborrecerse.

La perversa incoherencia

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