Peor que papá

Son bastantes los europeos que viven peor que sus padres, algo que no ocurre desde el fin de la II Guerra Mundial. En los casi tres cuartos de siglo que han pasado desde Yalta, puede que las únicas familias que no notaran excesiva diferencia de generación en generación fueran las que vivían en países de dictadura marxista y, aun en ellos, las mejoras tecnológicas terminaron por llegar, aunque fuera de manera más tímida. Hoy, nos encontramos con casi un par de generaciones que es muy difícil que alcancen los ingresos de sus padres, y con el problema añadido de que esos padres, si no se pone remedio –que nadie lo va a poner– se van a encontrar con unas pensiones ridículas, que puede que no les maten de hambre, porque es probable que les permita desayunar, pero los condenará a un poder adquisitivo cercano a la pobreza de solemne.
Hasta ahora, los empleos que se destruían eran sustituidos por otros, en diferente sector. Cerraban las fábricas de hielo, pero se creaban puestos nuevos en las factorías de aire acondicionado y en las de frigoríficos. Se acababa el negocio de las postas y el correo a caballo, quedaban miles de personas en el paro, pero las nuevas fábricas de automóviles necesitaban obreros.
Ya no es así. Los puestos de burocracia bancaria que ha destruido la digitalización no los absorberá la industria informática, que apenas necesita seres humanos para la fabricación de sus productos. Y con una Europa envejecida, y un paro crónico, puede afirmarse que hoy, sin vivir bien, vamos tirando, porque el futuro no se presenta nada halagüeño. Y no lo afirmo yo que soy un analfabeto en economía, sino que lo comienzan a escribir en libros personas que analizan el presente, avistan el futuro y no se tienen que presentar a unas elecciones.

 

 

Peor que papá

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