La inteligencia derrotada

Casi todos hemos observado que esa hija de los vecinos, poco agraciada, de maneras bruscas, y con muestras de no descubrir nunca un remedio contra el cáncer, aparece un buen día con un joven apuesto, agradable, y de apariencia inteligente. Y nos sorprende, porque aplicamos el razonamiento a una situación que no está regida por la inteligencia, sino por las emociones. Podemos ser muy objetivos y perspicaces, pero a la hora de valorar a las personas que amamos, sea un hijo o una íntima amistad, nos mostramos como sujetos, o sea, subjetivos, y nos inclinamos por enaltecer sus facetas virtuosas y despreciar sus vicios. 
El Brexit, el secesionismo catalán o la elección de Donald Trump, no se deben al resultado de unas profundas reflexiones, sino al miedo, al racismo o a ese desamparo que surge en los momentos de crisis, y que nos lleva a buscar la salvación en la separación de los otros o en la búsqueda de un totalitario que haga de jefe, o sea, de caudillo. La libra no cesa de caer; Frankfurt, e incluso Madrid, van a ser sede de muchas de las multinacionales que hoy radican en Londres, pero son pocas, muy pocas, las personas que en el Reino Unido señalan los enormes perjuicios económicos que va a causar el Brexit.
Josep Borrell publicó un libro donde se demostraban de manera irrefragable, y con números, la desastrosa realidad que suponía para Cataluña separarse de España, amén de la absurda mentira del “España nos roba”, también con números. Nadie le ha refutado. Pero tampoco ha convencido a los secesionistas, ni a sus seguidores, porque no están guiados por la inteligencia, sino por las emociones. Afortunadamente los puentes no se construyen con enardecidas emociones, sino con cálculos de ingeniería. Por eso, los puentes no se caen. Por eso, las sociedades naufragan tan a menudo.

 

La inteligencia derrotada

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