Cursilada francesa

estaba equivocado. Creía que España era la reserva semántica de políticos cursis, impulsores de las más excelsas tonterías contemporáneas, pero en Francia, cuando se ponen estupendos, alcanzan cotas de difícil superación.
La última hazaña ha sido suprimir el vocablo “raza” del capítulo de la Constitución, ese que habla de la igualdad entre todos los seres humanos, con independencia de su sexo, religión, raza o ideología. Han quitado el término “raza” y están muy contentos de haber participado en una hazaña que les parece que supone el fin del racismo. En lugar de “raza” han puesto el término “origen”, que les debe parecer más sociable.
Hace años se enquistó el intento de reforma semántica, porque alguien, que tenía sentido común –circunstancia que entre políticos no es muy frecuente– adujo que si se suprimía la palabra “raza” quedaba huérfano o cojo el delito de racismo, porque no se puede acusar a alguien de algo que no existe. Sin embargo, en esta ocasión, los cursis han ganado la batalla y, por fin, en lo que a Francia se refiere, no existen las razas, ni la blanca, ni la negra, ni la amarilla, ni la cobriza, ni la malaya. Ya no hay razas. Y el que se meta con alguna diferencia que ya no existe se le podrá acusar de “originismo” o algo así.
Les Luthiers, que no solo ponían en solfa las cursilerías, sino que lograban intuirlas, ya a finales del siglo pasado hablaban de “Un ilustre músico de color...” y –tras una hábil y estudiada pausa–añadían: “... de color negro”. Porque, claro, corrían el peligro de que algún inocente confundiera la corrección política de la expresión con un arco iris o un músico sometido a un tratamiento de óleo o acuarela.
Y, mientras en Francia han suprimido las razas de un plumazo, la Unión Europea discurre la manera de establecer centros de refugiados en las costas africanas para acoger a los... bueno, a los negros, que siguen existiendo fuera de Francia.

Cursilada francesa

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