Banquero, el último

Mi entusiasmo por los banqueros es perfectamente descriptible, pero eso no quiere decir que me parezca razonable la frase anarquista de que cuando alguien atraca un banco habría que detener al banquero. Por ejemplo, el lío de quién debe pagar el impuesto estatal sobre las hipotecas es un lío sólidamente organizado y desarrollado por el Tribunal Supremo, que ha sacado sus rivalidades internas para que sepamos que los jueces no son marcianos y sufren las mismas manías, fobias y prejuicios que sufrimos los que no llevamos puñetas, ni nos vestimos con toga.
Ahora bien, que no me caigan simpáticos los banqueros no quiere decir que se me inyecten los ojos en sangre cuando escucho ese sustantivo, ni que me quede con números rojos en sentido común cuando escucho alguna tontería. La penúltima es que la Tesorería de la Seguridad Social, cuando siga pagando la pensión a un ciudadano que está muerto, culpará al banco de mantener la cuenta abierta. Eso, en un mundo digital, donde el pariente del muerto, si sabe la clave, puede hacer transferencias desde cualquier ordenador, sin tener que presentarse el titular en el banco. O sea, que a los funcionarios de la Tesorería los engañan, o se dejan engañar, o se la meten por la escuadra, y el culpable es el banco que tiene la cuenta del muerto, porque el banco, según este Gobierno, tiene que saber si el titular está muerto, está de vacaciones o se ha escapado con una trapecista. Estamos a cinco minutos de que el día en que se descubra una red de trata de blancas, y los delincuentes tengan una cuenta corriente, metan en la cárcel al director de la sucursal, por no enterarse de dónde viene el dinero. ¿Algún tonto más en el Ministerio de Hacienda? Estamos a cinco minutos de que los banqueros sean los culpables de las lluvias torrenciales y del cambio climático.
Fui a una escuela donde, de repente, alguien echaba a correr y decía un término homófono para el que llegara el último. Y todos corríamos. Ahora la palabra me imagino que será banquero, el vocablo repugnante, que hasta los niños evitarán.

Banquero, el último

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