TIEMPO DE INAUGURACIONES

Un tren de períodos electorales amenazan con arrasar nuestro ánimo como hizo la aviación aliada con Hamburgo y pondrá a prueba nuestra resistencia y temple. Veremos de qué pasta estamos hechos ante el atracón de comicios, campañas y ajetreos preelectorales de todo tipo. Lo que es seguro es que no podremos escapar al cúmulo de farragosos mitines y prolijos debates de los que darán cumplida cuenta los medios de comunicación. Un festival de promesas lanzadas al éter. Una kermesse de insultos, exabruptos, cruce acusaciones y capciosas comparaciones.
Es el tiempo de las inauguraciones. Quienes aún tienen el poder apresuran obras inconclusas, aceleran retrasos y estrenan lo que ni siquiera han empezado, todo con gran profusión de cámaras, fotógrafos y parafernalia al uso. Sean siete metros de carretera o el descubrimiento de un panel anunciando los trabajos de construcción de un centro cívico o una rotonda.
Es el tiempo de las promesas en el que los candidatos y sus acólitos practican toda suerte de excentricidades para atraer votos. Nuestros próceres, severos por lo general, pisan la calle, se mezclan con el populacho y realizan con sonrisa fingida chispeantes sandeces y disparates que harían sonrojar al más estrafalario. Montan en globo, corren maratones, pedalean, suben la cucaña o se interesan por el envasado de espárragos. Muy socorridos son los mítines multitudinarios en los que el candidato y su comitiva se mezclan campechanamente con el vulgo. Entre agitar de banderines besuquean niños, multiplican abrazos y calurosos apretones de manos, besan más niños, hablan, parlotean, soban ancianas, acarician perros y achuchan a otras remesas de niños. Hacen gracias, bailotean, cuentan chistes e intercambian comentarios jocosos con los votantes... El candidato avanza rodeado por la turba como Cristo por leprosos pidiendo ser tocados. Todos quieren felicitarlo, elogiarlo, sugerirle algo... El aspirante departe con personas que ni siquiera conoce, intima con ellas como si hubiesen sido amamantado juntos y estrecha entre sus brazos a todo lo que se le ponga delante.
En cierta ocasión, un alcaldable besó a un chimpancé que algún malintencionado le coló entre el berenjenal. En la creencia de haber besado al niño más feo que había visto en su vida le dijo a la que supuso su madre que no se preocupase, que lo importante es tener salud. También se sabe de un caso en el que cierto asistente a un mitin tuvo que ser escayolado de cintura para arriba tras recibir el abrazo de un candidato que bajó a saludar a la concurrencia e impelido por el ardor electoral lo estrujó como si fuesen íntimos. Entre el barullo se oyó un crujir de huesos. El político era un alfeñique, pero aún así descoyuntó a aquel hombre dejándolo inmovilizado durante meses hasta que se le soldaron las costillas. Cuentan que en el momento de introducirlo en la ambulancia el individuo proclamaba que aquel incidente no iba a cambiar su intención de voto. Siempre habrá gente entregada a la causa.

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