El taxidermista cubano

Ha fallecido la eternidad a la párvula edad de 90 años. El fatal desenlace se ha producido en la eterna Habana, y ha estado marcado por la más caribeña de las desganas. Se llamaba Fidel y apellidaba Castro, y era ya una mala costumbre en el seno del pueblo cubano. Llegó para redimirlo de la voraz fugacidad del capitalismo e instalarloen la feroz permanencia del socialismo. En ese tiempo, él, todavía era un hombre, La Habana una ciudad, y Cuba un pueblo, pero no tardó mucho en mutar él en lo eterno, La Habana en la eternidad y el pueblo en el único elemento frágil y efímero de esa historia, forjada por las tensiones imperialistas. 
Poco tiempo después de bajar de la sierra el comandante ascendió a general, y todo en torno a él fue melancólica persistencia, escalafón cerrado, silencio sellado, música de duelo, huida desesperada, miedo vigilado. Los caudillos, auténticos taxidermistas sociales, tienden a perpetuarse porque en sus manos no están las voluntades de sus conciudadanos, sino las suyas, y sus infinitas ganas de imponerlas.  Lo saben y porque es así no pueden permitir fisuras por donde se filtren las de los demás. Han de ser por ello la argamasa que las ahogue en los nombres, eso sí, de las más justas causas. Al margen de cualquier otra consideración, Fidel no tenía derecho a nombrarse dueño de su pueblo y de sus gentes, y, sin embargo, lo hizo, y yo no se lo perdono.

El taxidermista cubano

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