Sofisma de Carnaval

La eternidad es un segundo antes de ese universo que es un segundo después de lo infinito, y entre uno y otro, dios; que dista uno del hombre. Ser que está a un segundo de todo, en lo que se conoce como secuenciación irracional del entendimiento, espacio en el que rigen certezas, potencias y naturalezas de proporciones inabarcables e inimaginables, de las que pende por ese elemental y leve latido de tiempo. Lo demás es en él, distancia, es decir, angustia vital. 

Pero eso era antes, en esos tiempos en los que la existencia del ser humano gravitaba sobre el universo del pensamiento. Tenebrosos periodos en los que regía la duda y ordenaba la filosofía. Épocas, digo, en las que el ser se curaba de esa fiera inquietud con el bálsamo del entendimiento. Malos tiempos, los peores cabe afirmar hoy que vivimos sin pensar y sin pensamiento, en un mundo que nos piensa ahorrándonos esa ingrata tarea, sirviéndonos en el arduo y doloroso camino de la reflexión. 

Hoy el hombre no indaga en la naturaleza de lo incierto de la mano del cerebro sino colgado del dedo; hemos pasado de ser seres cerebrales a dactilares, todo cuanto se nos antoja está a un dedo, por eso cabe sostener cambiando el sentido del sofisma que el dedo es un segundo antes de ese animal que está a un segundo de lo humano, y entre ambos, la divinidad social, dadora y represora, la pantalla, a uno siempre del dedo. El dedo es, por tanto, un hombre a un segundo de todo.

Sofisma de Carnaval

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