Rebeldía, represión, subvención

erdimos, en estos años de democracia, la esencia y conciencia de la sociedad civil para atarnos al estatismo, peor aún, al “gobernismo” porque, si pernicioso es depositar en manos del Estado toda esperanza de justicia social, entregarlo a la ávidas manos del gobierno de turno es indolente e indecente en la medida que no acata la regla de lo común a la que se debe el Estado, sino que obedece a un grupo y a sus electores, obviando a los demás. Lo que sí se cumple, en ambos casos, es que no dejamos espacio de libertad para la expresión y comprensión de nuestra necesidad en el ámbito económico, cultural... 
A este punto hemos llegado por dos vías, la prisión de los partidos políticos, especialmente en el poder, y nuestra propia indolencia al exigir que todo nos sea dado sin esfuerzo. Y así parece, peor no lo es, lo pagamos, y su fin último es el de controlarnos sometiéndonos a la subvención y de su mano a la grosera compra de nuestras voluntades.
Es esa falta de espacio la que niega el libre pensamiento y su libre expresión, convirtiéndonos en algo peor que una sociedad amordazada. En ellas hay destellos de rebeldía, en esta, de apatía, porque no se persiguen las palabras y las ideas, sencillamente, se compran. Palabras e ideas compradas y, como tal, coincidentes en el punto de sus respectivos ámbitos de obligada divergencia, eso nos ofrendan todos los días intelectuales y voceros de los grupos de presión. 

Rebeldía, represión, subvención

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