PACTOS EN EL PARAÍSO

No fue el niño, fue Pablo, que lo consiente y alienta en sus quimeras. Y no es la primera vez, acuérdate de la otra con ese invento del amor fraternal. Al final, lo apiolaron.  
Le advertí, si los tratas como dioses te tratarán como a un hombre, y así fue. Y este último capricho de buscar en las urnas la legitimidad democrática que según él nos negaba nuestra divina condición, no podía acabar sino así.  
El hijo tiene el todo y también la nada, y claro, no lo sabe apreciar, pero Saulo viene de donde viene, sabe lo que cuesta forjar un imperio.
Dice el chaval que quiere ser como los demás. Le pregunto, ¿Qué demás? ¿Conoces acaso alguno de nuestra clase que se cuestione?
El caso es que hemos ganado las elecciones, pero por la mínima, nos faltan una decena de angelitos para poder gobernar en solitario. Dice el de Tarso, que se pacta, la cuestión es con quién. El que no pide un Vaticano, pide la mitad del universo, y el que no vírgenes y esclavos. Esto es un “sindiós”, lo mires por donde lo mires.
Me acusa de no haber sido más florido con las promesas electorales. La vida eterna les prometí, qué más se puede ofrecer y pedir. Dice él que a los hombres no les mola esa vida, que quieren vivir aquí y ahora.
Estado de bien estar, le llaman. Habrase visto el dislate. Al final, mi fiel y comedido Lucifer, voy a tener que pactar contigo, ¡y qué viva el bipartidismo! “Cuatripartito, vos sos tres, che”. ¡Diablillo! “Viejo no más”.

 

PACTOS EN EL PARAÍSO

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