La lógica de la posesión

Un niño se acerca a una ballena y le pregunta, ¿para qué quieres la cara? La ballena sorprendida, duda, finalmente, le contesta sonriente, por la misma razón que tú quieres la tuya. El niño le responde, ¡yo no la quiero! La ballena calla. El niño afirma, ¡lo ves!, no la quieres. La ballena, ahora sí, enojada, le grita, la tengo aquí, aquí, señalándola con la cola. También yo, pero no la quiero.  
La ballena no sabe que responder. Piensa, puede que el niño tenga razón, pues si de verdad la quisiera para algo, tendría razones suficientes y de peso para defenderla. Pese a reconocer la cabeza como la parte más habitada de su anatomía. En ella, además, reconoce, está la boca y a través de ella el alimento. Y no solo eso, están también los ojos, alimentos del alma. Animada por esas razones, se dice, la cara, diga lo que diga el niño me es útil, por eso no cabe pensar que no la quiera. No puedo permitir que ese mocoso ponga en duda una parte tan importante de mi cuerpo, qué pensaría mi cara si no lo hiciese. No, no puedo consentirlo, no se lo merece, he de defenderla.
El niño juega a construir castillos de arena, la ballena, cree haber encontrado su punto débil, lo mira y le propone, te cambio el castillo por mi cara. ¡Vale!, responde el niño. La ballena le pregunta satisfecha, ¿O sea que no quieres tu cara y sin embargo quieres la mía? El niño deja el cubo en el suelo, la mira y dice, no la quiero para nada, pero así tendría dos.

La lógica de la posesión

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