Lo que no son

Oigo a Tardá arengar a los jóvenes en la Universidad de Barcelona (bien podía ser el Paraninfo de la de Salamanca). Brazo en cabestrillo y en la boca el ruido de un discurso atropellado, no por la necesidad o la injusticia, sino por la pura teatralidad a la que le obliga el papel que representa y del que espera además de riqueza, posteridad. El del folletín en el que él y los suyos imaginan para sus conciudadanos enemigos y agravios para, a continuación, erigirse en los héroes que los combaten y desagravian. En lo grosero, los define el dicho: “Yo me lo guiso yo me lo como”.
Podía ser un Quijote y los jóvenes Sanchos, pero le falta ese punto de sabía locura, esa nobleza en el ideal que adornaba al caballero. En él todo es estrategia, todo “malicia”, todo ese grosero aspaviento que denuncia al “villano”. Además, la ínsula barataria, que dice ganar para ellos, la han de parir ellos, si no quieren ser recordados como renegados.
Él seguirá mostrándole los molinos que se les han de parecer gigantes. Les hará ver grandes ejércitos enemigos en bucólicos campos salpicados de rebaños y les presentará a los galeotes condenados por sus crímenes como hombres de paz. Él, seguirá siendo sus ojos en la causa y si no ven lo que él desea que vean, serán calificados de traidores.
Los falsos personajes se cruzan groseros en la idea y la simbología, todos pueden simular ser Quijotes, todos comportarse como Sanchos, pero lo que no son, es Unamuno.

Lo que no son

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