La pendencia

Cuando expresas tu preocupación por la deriva separatista, siempre hay quien te dice: “¡Déjalo ya!”, “¡qué se vayan!”, y en verdad te gustaría hacerlo, olvidarte del asunto, como si no ocurriese en tu realidad ni tuviese una repercusión inmediata y directa en tus asuntos. 
Como si el hacerlo sosegara a todos esos que ahora golpean impunes la democracia, la solidaridad y la convivencia y que una vez conseguido su objetivo se pusieran a gobernar a esa sociedad e hicieran de ella algo más que su propiedad y hacienda; un ejemplo de buen gobierno. 
Y a la par, cesara para siempre esa presión constante sobre los que no son de allí y que allí llegaron un día en busca de esa oportunidad laboral que en sus tierras se les negaba. Sin embargo, sé que no va a ser suficiente con obviar el problema, porque no es cuestión de dejarlos hacer sino hacer lo que ellos piensan, dicen y ordenan. 
Porque han tenido capacidad de gobierno y de gobernarse para hacer de ese territorio y de esa sociedad un ejemplo de buen hacer; ejemplo que ahora les valdría para tener a la población a su lado. Sin embargo, no han hecho sino dilapidar recursos en el afán de someter a quienes no pensaban como ellos, legislando contra sus ideas y en favor de las suyas. 
El problema no es la independencia, sino esa raza de políticos que se han acostumbrado a vivir de la pendencia y que no van a cesar porque, lejos de ella, nada hacen, ni saben hacer. 

La pendencia

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