En general, “Franco”

Ordenó Franco construir un mausoleo gigante, el que él era y fue. Clavado en una cruz gigante, la que era y fue. La cruz más grande de la cristiandad, la que quería ser y no fue. Y una vez fallecido alguien vio en el conjunto arquitectónico la monumental metáfora de presentarlo en esa iniquidad, enterrándolo allí para mayor honor de su vergonzosa gloria. ¿Dónde, pregunto, honrar mejor su dudoso prestigio que allí donde este se concreta?
Los cementerios de planta baja son para hombres humildes, para esos que no han cometido otra maldad que la de soportar tiranos y ser tiranizados allí donde moran. Son los sátrapas de la historia, esos con los que ellos cargan, los que merecen ser enterrados en tumbas de dioses para que nadie olvide que lo fueron a expensas de sus pueblos.
Para que todos los recuerden en esa infamia. Para que nadie olvide lo que puede llegar a hacer el hombre en la soberbia de creerse dios.
Y ahora, los diputados han decidido que hay que expulsarlo de allí y enterrarlo lejos y en anónimo, para así lavar la vergüenza de su villanía, cómo si eso fuese posible con el solo hecho de disponer silencio, cómo si eso nos defendiera de su esencia y presencia.
A Franco, señorías, hay que combatirlo en la idea autoritaria, en el vicio de corromper, en el egoísmo territorial alzado contra el hombre. Y veo entre Uds., prietas filas de señorías que lo honran cada día afanados en abundar en los polvos que trajeron ese lodo.

En general, “Franco”

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