Electos y desperfectos

En el mes de junio nos veremos las papeletas en las urnas. Por delante, un elenco de caras conocidas, qué decir de ideas y propuestas: regalías, subvenciones, repartos, beneficios, gratuidad hasta en lo gratuito. La democracia así entendida tiene mucho de fe, de elemento mágico, de prestidigitación, y como todas ellas, ingenua por no decir estúpida. Pero seamos serios, en la hora de recibir nada como un chasquido de dedos, esta vez de lengua, o un abracadabra dicho con gracia, en fin, algo rápido, particular y que no entrañe esfuerzo.
Ese transitar entre lo mágico y esotérico lo han captado a la perfección nuestros electos, diestros todos en la suerte de alterar conciencias mediante el encantamiento. La democracia es una confluencia de responsabilidades para un fin concreto, el gobierno de nuestras necesidades individuales y sociales. Y esas no se gobiernan, como nuestras conciencias, con palabrería vacía y vana gestualidad. Esas requieren tener los pies en el suelo y la cabeza sobre los hombros, para conocer nuestras necesidades y nuestra capacidad para atenderlas.
Pero qué sería de los electos si hablasen, de arrimar el hombro, de responsabilidad, de prioridades. De ser consciente de los recursos de que disponemos. Los mandaríamos al carajo.   Se lo han ganado a pulso, es cierto. Debieron tratarnos como adultos. Negarse a mentirnos. No habrían ganado, no nos habrían ganado, de acuerdo, pero tampoco perdido.

Electos y desperfectos

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