El hombre sentado

n este vanidoso hoy, el futuro es siempre ahora, ese es nuestro pedestal en este presente sin puertas al mañana ni ventanas al ayer. Un hoy totalitario, ambicioso en el fondo y la forma, un constante ensayo de apocalipsis en el que nos batimos sin levantar el culo de la silla. Es cierto que el hombre, y en él la humanidad, se ha movido siempre con un ritmo de similar categoría moral y bajo las órdenes de un similar impulso: la ambición desmedida de todo hombre y la ambiciosa hombría de toda empresa. 
Ha de ser así, sin esa maldecida moral en la que rige la oportunidad y ordena la apetencia nada habríamos hecho en favor de nuestra causa, siempre en nosotros y para nosotros, siempre en el límite de la ambición, ella es la que nos ha movido y cegado en nuestra aventura en favor de una fortuna infinita para una finita esperanza de vida. Solo desde esa feroz concepción de la existencia podemos vivir y hemos vivido. Si hubiésemos reparado y profundizado en la estupidez de la idea no habríamos movido un dedo, para qué, diríamos, pero como no es así actuamos en cada momento de nuestra existencia, también en los últimos, como si fuesen los primeros de un siempre que solo está en nuestra ambición. 
Sin embargo, esa idea resulta grosera en la boca de unos seres que no han hecho nada por ellos ni por los demás, hombres sentados que lo exigen todo sin hacer otra cosa que erguirse cada cuatro años para votar, probar, dejar al azar…  

El hombre sentado

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