Cristina y las apariencias

No hace muchos días tuve la oportunidad de felicitar, en un entorno de amarga ironía, a Cristina Cifuentes con ocasión de haber puesto al descubierto el sucio comercio de los másteres de pago: tanto tienes, tanto título. 
La defendí en esa sana tarea que ha pasado desapercibida en la riada de tinta de la noticia. Me decepcionó, eso sí, y dentro del general desengaño, oírla descargar toda la responsabilidad en la Universidad, dejando al rector y a los profesores con el culo al aire, que digo, en pompa, y expuestos a la lasciva voluntad de aquellos que le tuviesen ganas, que no son pocos en ese competitivo mundo suyo. 
Debió Cristina defenderlos como debía, acusándolos de nepotismo, pero no lo hizo, se limitó a culparlos sin entrar en los motivos, ofrendándolos, como he dicho, al orgiástico mundo de las venganzas políticas y ambiciones corporativas. 
Sin embargo, no hay primera sin segunda. Compruebo con alivio que en esa virtud suya de acertar errando, fue sorprendida años atrás sustrayendo dos botes de una de esas cremas que suavizan, hidratan y sanan y pienso sino será esa una forma de echar en diferido una mano al personal de la Juan Carlos.
Puede que así alivie en algo esa mala postura en que los dejó y aún más las secuelas a que ese abandono aboca, porque no es lo mismo justificar y ofrecer coartada a una persona madura reivindicándose en su ser joven, si cabe, adolescente, que hacerlo por su condición de presidenta.

Cristina y las apariencias

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