EL ÁRBOL Y EL BOSQUE

“Que el árbol no te impida ver el bosque”, sentenciamos a menudo con esa natural indolencia a que aboca la cosmética cultural.
La frase advierte sobre el peligro de que la unidad nos impida ver la pluralidad. Buscando aplicarla a la realidad, me traslado (años ochenta) a una ciudad del norte abierta al mar por el hermoso zaguán de una bahía de ensueño. En ella un policía municipal negro, uno solo en plantilla. Era verlo y decirte, mira que nada racistas, que integradores, que europeos. Y lo eran en aquel hombre.
Mientras, a su alrededor, miles de hombres y mujeres venidos de otras provincias en procura de mejores condiciones “sociolaborales” eran tratados con cierta displicencia y adjetivados despectivamente sin excepción. En la actualidad la vía catalana para la independencia. Vía: camino, circulación, acceso, comunicación, eso en apariencia, detrás: frontera, peaje, pasaporte, conveniencia, señoreo, la particularidad de la tribu frente a la singularidad del individuo.
Aquel policía y esta vía no son sino ese árbol que nos impide ver el bosque. Ambos hablan con palabras torcidas de un aún más torcido talante. Ambos han sido plantadas ante nuestras comodonas narices para confundirnos o permitirnos justificarlo. Pero por más que no queramos saberlo aquel “árbol” humano y esta humana exigencia no esconden sino la profunda y caprichosa inhumanidad de esos que se anuncian magníficos en la vileza de tan burdo engaño.

EL ÁRBOL Y EL BOSQUE

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