Apagón ético

esos que ves morir sin poder despedir o acompañar en su sepelio, son tus padres. Son ellos y no otros los que fenecen en el seno del Estado del bienestar, “estabulados” en residencias oficialmente equipadas donde se les alimentan y atiende en la salud y en la enfermedad por el módico coste de su pensión, tu aportación o esa, esta y el total de sus bienes. 
El servicio que se le presta bien lo merece y sino lo merece se paga porque allí se les lleva sin pedir permiso a la conciencia, ni opinión a la consciencia, por la mera inercia de la perversa suerte de nuestras vidas y haciendas. No los podemos atender en casa porque nuestras casas no son “establos” de tan especial naturaleza, sino cubículos colgados de los balcones en los que los viejos no tienen cabida. 
Confinamos a los padres y exiliamos a los hijos, lo sacrificamos todo para dar a unos una vejez digna, a otros un futuro prometedor y gozar nosotros de esa calidad de vida que nos va a permitir vivir más y mejor, con fecha, eso sí, de caducidad, porque en ese momento tus amantes hijos, repuestos ya de guarderías, colegios, clases extraescolares… Te llevarán a una residencia de esas en las que hoy se mueren tus padres, desatendidos, desahuciados, cribados según sus dolencias, sacrificados, al fin, por el bien de naturalezas más jóvenes, sanas y fuertes. 
La calidad de vida llegado ese día es una muerte propia de “chino” de barrio, sin calidez, calidad ni garantía.

Apagón ético

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